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LA CASA ESPIRITUAL Y EL SACERDOCIO DEL CREYENTE


Parte 1

EL TABERNACULO DE MOISES 

"Y harán un santuario para mí, y habitaré en medio de ellos. Conforme a todo lo que yo te muestre, el diseño del tabernáculo, y el diseño de todos sus utensilios, así lo haréis" (Exodo 25:8-9).

Este mandamiento de Dios fue dado a Moisés para tener Su morada en medio de Israel.  Después moró en el Templo de Salomón (2 Crón. 6:3-6). Y a su debido tiempo envió a Su Hijo (Juan 1:14).  Entonces La Gloria Shekinah de Dios fue manifestada en Su cuerpo. 

El diseño de todo el conjunto del tabernáculo de Moisés tuvo dos áreas:  el atrio, y la estructura del santuario. Las entradas del atrio y del santuario miraban hacia el este. Primero estaba el altar del holocausto en el atrio, y luego el lavatorio de bronce.  El ingreso al santuario era al Lugar Santo que contenía la mesa de los panes a la derecha, el candelero de oro (o candelabro) a la izquierda, y el altar del incienso delante del velo (o cortina) al final.  Escondido detrás del velo se encontraba el Santo de los Santos ( o Lugar Santísimo), el cual albergaba el arca del Pacto.  Cada mueble habla de Cristo: el altar de bronce, es Su muerte sacrificial por nosotros (Ro. 3:25; 1 Jn 2:2); el lavatorio, es El con Su palabra limpiándonos (Jn 13:2-10; Ef. 5: 25-27); el candelero de oro,  es Su iluminación a nosotros (Ap. 1:13); la mesa de los panes, es Su sustento a nosotros (Jn 6:27,59); el altar del incienso, es Su intercesión por nosotros (Jn 17:1-26; Heb. 7:25); el velo, es Su cuerpo que se rompió por nosotros (Heb. 10:20); y el arca del Pacto, es Su humanidad y deidad en medio de nosotros.

El tabernáculo fue el lugar de reunión  de Yahwéh con los hijos de Israel (Ex. 29:42-46) y la tienda de la revelación divina donde el Señor declaraba Su voluntad a Moisés. (Leer Números cap. 17). Todo el recinto con su mobiliario y el sacerdocio eran el testimonio del Pacto de Dios con Israel, para que Su pueblo fuera ese tabernáculo en su vida espiritual y un real sacerdocio santo en la tierra. El tabernáculo preanunciaba la muerte, resurrección y ascensión de Jesucristo en los hijos de Dios. Su vida y Su obra en la tierra es el tabernáculo espiritual edificado en el alma, espíritu y cuerpo de los santos de Dios. El material para edificarnos como casa y sacerdocio del Señor es Su muerte en la cruz. Esto fue representado por el sacrificio de los animales cada día, en el altar de los holocaustos. Gracia perfecta de salvación, que nos une con Su  Espíritu de vida eterna. Ningún otro hombre podría humillarse así hasta la muerte en una cruz romana, para  restaurar la unidad con Dios que tuvimos en El los hijos de Dios, antes de la fundación del mundo.  Jesucristo es "aquel verdadero tabernáculo que construyó el Señor, y no el hombre" (He. 8:2).


"EL TABERNACULO DE LA CASA DE DIOS

Observa estas dos frases usadas para el Tabernáculo de Moisés:  "la casa (Heb: beth) del Señor" (Ex. 23:19) y "el tabernáculo (Heb: mishkan) de la casa de Dios" (1 Crón. 6:48).  Es interesante notar cómo el Espíritu de revelación en Su sabiduría ha inspirado a escribir la forma que tenía.  Nos corresponde ver un tabernáculo en el que realmente moraba Dios, así como  se habita una casa; era un palacio dentro de un castillo.

La palabra "mishkan" en hebreo habla del lugar de morada o habitación que contiene la Presencia de Yahwéh en la Luz, llamada Shekinah. En el Nuevo Testamento, vemos expresado:  "el templo (Gr: naos) del tabernáculo (Gr: skene) del testimonio" (Ap. 15:5), donde "naos" es el propio santuario y "skene" es el diseño de todo el edificio, incluyendo el atrio (patio) exterior. 

El Espíritu de Cristo en nuestro ser es la casa-santuario a ser edificada como la tienda de reunión y morada de Dios, dentro del tabernáculo del cuerpo, juntamente con Su reino y sacerdocio en nuestra alma (persona).  "Este es mi Hijo amado, en el cual tengo complacencia (2 Pe. 1:17). El Cristo de Dios que se encarnó en Jesús es formado en nosotros Sus hermanos nacidos de nuevo y nos transforma, por medio del Espíritu Santo y la sabiduría del evangelio, en una casa-santuario de Dios y en Sus ministros adoradores, "porque en él habita toda la plenitud de la divinidad corporalmente" (Col. 2:9). 

ENTRE LA  ENTRADA  Y  EL  ALTAR

La descripción del tabernáculo de Moisés nos revela al Señor Jesucristo. La puerta del atrio exterior conducía hasta el cordero sacrificado en el altar del holocausto y hacia el lavatorio de bronce. Podemos ver en el atrio exterior la sangre, la muerte y la sepultura del Hijo del Hombre donde los hijos de Dios somos bautizados por el Espíritu Santo. El evangelio de Dios es que recibamos por fe que el Salvador unificó nuestro cuerpo con Su cuerpo, cuando fue crucificado (2 Co. 5:14; Ro. 12:1). Después de morir con El en la cruz, nos reunió en el Lugar Santo de Su resurrección y resucitamos juntamente con El (Col. 2:12). Y asimismo nuestra alma-espíritu y cuerpo están sentados con El, por medio de El y para servirle a El en el Lugar Santísimo, donde somos transformados a Su misma imagen (Ef. 2:6).

La puerta del atrio es la  fe que nos permite creer en la sangre de Su sacrificio mediador y expiatorio, y arrepentirnos del pecado. El atrio exterior del tabernáculo Jesucristo es Su naturaleza humana en unidad con el santuario o atro interior de Su naturaleza  divina. Esto nos indica la Gracia de Dios que nos ha provisto la vida humana de Jesús el Hijo del Hombre y a Cristo el Unigénito del Padre encarnado en El, para darnos vida eterna (Jn. 3:16). El altar del holocausto es el  Juicio de Dios al pecado que sufrió Jesús en la cruz.  El cordero del sacrificio es Su cuerpo que murió en el Calvario para regenerarnos con Su Justicia. El lavatorio de bronce es Su cuerpo sin vida en el sepulcro que nos santificó del pecado. El agua del lavatorio es el lavamiento del perdón de pecados al bautizarnos en Su Nombre Jesucristo, y la santificación que recibimos por la revelación de Su palabra (Ef. 5:26-27). La unión e identificación con el cordero inmolado es el vestido de boda que Dios nos demanda a Sus hijos, para que seamos justos, santos y perfectos. Y para ser uno con Su Hijo Amado en la cruz hay que creer y obedecer Hechos 2:38, porque su mensaje es el Espíritu, la sangre y el agua del testimonio de Dios. Son los tres testigos del evangelio para identificarnos con Jesucristo (1 Jn. 5:8).

El Espíritu Santo bautiza a los creyentes obedientes en la sangre del Cordero y en el arrepentimiento de obras muertas para que sean justificados. Luego, los bautiza en agua en el Nombre de Jesucristo, para que sean salvos, santificados y reconciliados con Dios. A continuación, el Espíritu los une con Su cuerpo que resucitó de la muerte, lo cual fue representado por el Lugar Santo del tabernáculo de Moisés. Este es el nuevo nacimiento consumado que  glorifica todo nuestro ser y lo convierte en un hombre nuevo (ver Ro. 8:30). La naturaleza humana de Jesús nos convierte el alma en una alma como la Suya. Ahora tenemos una nueva humanidad (2 Co. 5:17). Cuando el creyente ha renacido en forma completa, es también bautizado por el Espíritu Santo en el cuerpo angelical de Cristo y recibe la manifestación prometida del Hijo de Dios (Is. 9:6; Mt. 25:10; Jn. 14:21-23).

Jesucristo glorificado es el arca y el trono de Dios en el Lugar Santísimo del tercer cielo (Ap. 4:2) y el Nuevo Pacto consumado en los verdaderos creyentes, en la tierra. El se sacrificó sobre el altar de juicio al pecado en la cruz del Calvario por todos los seres humanos y por la creación terrestre. Si tú querido lector has creído, ven y entra por fe en Jesucristo el tabernáculo de la casa de Dios, creyendo en el evangelio predicado por el apóstol Pedro en el día de Pentecostés, para  ser aceptado por el Padre y te conceda el nuevo nacimiento.

"Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros en el Nombre de Jesucristo para perdón de los pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo" (Hch. 2:38).  

"Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que fuésemos hechos justicia de Dios en él" (2 Co. 5:21).

Ahora, nuestra persona (el alma) como rey y sacerdote debe permanecer en el Espíritu Santo de las Sagradas Escrituras (el Lugar Santo) y obtener la sabiduría y el conocimiento de Dios. El Espíritu es el ámbito celestial de comunión con el Padre, para no andar conforme a la carne. Es la plenitud de Dios que nos revela la mente de Cristo en nuestra alma y espíritu (Ver Salmo 27:4 - Ro. 6:4 y 8:1 -  Col. 2:12).

LA CASA Y EL MINISTERIO DEL CREYENTE

Cristo es la casa espiritual y el ministerio de rey y sacerdote del creyente (ver Ef. 4:11-12). Su mente nos revela al Padre (1 Jn. 1:1-4). A través de Su ministerio de ascensión en el Lugar Santísimo, como nuestro Apóstol y Sumo sacerdote, Cristo administra la casa, el reino y el sacerdocio que ha formado con la sabiduría del evangelio y de la Biblia en cada uno de Sus escogidos. En forma conjunta nos edifica a Sus discípulos como la Ciudad de Dios. El alma, espíritu y cuerpo de Cristo Jesús son los lugares celestiales donde mora el verdadero creyente. El es la casa de Dios revelada por Jesús en Juan 14:1-3, donde somos transformados a Su imagen. 

Nuestra reunión por la fe y en arrepentimiento con Su cuerpo inmolado, entre la entrada y el altar en el atrio de la Gracia de Dios, nos atribuye la justicia de Su sangre en el alma-espíritu (persona y mente), es decir que nos justifica  y regenera. Luego, el juicio al pecado en Su muerte nos santifica corporalmente y consagra para Dios, mediante el bautismo en Su Nombre Jesucristo. Después, en el atrio interior del Lugar Santo - Espíritu de Dios - nos revela Su mente humana: el árbol original de la ciencia del bien y del mal en unidad con el árbol de la Vida de la mente de Cristo, representado por el candelero de oro. 

El Lugar Santo es el atrio de Su amor, poder y sabiduría en el hombre interior de nuestro espíritu, donde Cristo nos provee la vida de resurrección, el alimento de Su palabra, la adoración al Padre, la intercesión unos por otros en el altar del incienso y la renovación de nuestro entendimiento en la mesa de los panes. Allí vemos nuestro sacerdocio en el Señor. Y en el Lugar Santísimo del tercer cielo, vemos el reino de Dios que recibimos porque Cristo es el arca que nos gobierna, lidera y conduce desde lo alto con Su ministerio de ascensión. Así como lo hizo con Moisés cada vez que se reunía con él en el Lugar Santísimo, porque Cristo es nuestro Apóstol y Sumo Sacerdote (ver He. 9:11-12). ¡¡Alabado seas, Glorioso Señor del cielo y de la tierra!!

"Porque habéis muerto, y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios" (Col. 3:3). 

"Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos bendijo con toda bendición espiritual en los lugares celestiales en Cristo (Ef. 1:3)."

"Y juntamente con él nos resucitó, y asimismo nos hizo sentar en los lugares celestiales con Cristo Jesús" (Ef. 2:6). 

Los santos somos en Cristo la casa de Dios, porque "...el que se une al Señor, un espíritu es con él" (1 Co. 6:17) y Cristo es " el santuario de las moradas del Altísimo" (Salmo 46:4).  Entonces debemos proceder diligentemente en obediencia al mandato de 1 Pedro 2:4-5 que dice:  'Sed edificados como una casa espiritual'. Debemos ser casa de Dios en el cielo y en la tierra a través de Cristo encarnado en nosotros, por medio del evangelio.

"¿O ignoráis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, el cual está en vosotros, el cual tenéis de Dios, y que no sois vuestros? Porque habéis sido comprados por precio; glorificad, pues, a Dios en vuestro cuerpo y en vuestro espíritu, los cuales son de Dios" (1 Co. 6:19-20).

Así que, amados, tomemos los atributos divinos de la justicia y la santidad de Jesús en nuestro corazón y cuerpo, y también tomemos la mente de Cristo en nuestra alma y espíritu para ser la casa y el ministerio santo de Dios, creyendo y amando el evangelio. Jesucristo, la casa y santuario modelo ya fue hecho y Dios Mismo es el Arquitecto y Constructor. Ahora está edificando más santuarios a la imagen del Unigénito. Estos santuarios son las moradas del Altísimo y la Ciudad de Dios.

"Del río sus corrientes alegran la ciudad de Dios, el santuario de las moradas del Altísimo.  Dios está en medio de ella; no será conmovida. Dios la ayudará al clarear la mañana" (Salmo 46:4-5).

Los creyentes Cuerpo de Cristo son la Ciudad Santa, Nueva Jerusalén. Y cada uno de ellos es morada de Dios por la unidad  que tienen con El y Su palabra. Veamos otra vez los bienes espirituales que el Hijo nos imparte para edificar la casa espiritual y el sacerdocio de Dios en nuestro ser:  

El arca es Cristo Jesús y Su ministerio de ascensión en el Lugar Santísimo y en nuestra alma. El Lugar Santo es Su mente humana y divina en nuestro espíritu, que nos ilumina con el candelero de oro de Su sabiduría y nos perfecciona el entendimiento con la revelación de Su palabra. El atrio exterior es la vida del Hijo del Hombre que nos imparte Su sangre y Su muerte en el cuerpo, para nuestra justificación y santificación  (ver Ro. 12:1-2). El agua del lavatorio es  Su palabra que lava y purifica todo tu ser : alma, espíritu y cuerpo (ver. Heb. 10:22).

"No temáis, manada pequeña, porque a vuestro Padre le ha placido daros el reino" (Lc. 12:32).

"Llevando en el cuerpo siempre por todas partes la muerte de Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestros cuerpos. Porque nosotros que vivimos, siempre estamos entregados a muerte por causa de Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestra carne mortal" (2 Co. 4: 10-11).

"Y tres son los que dan testimonio en la tierra: el Espíritu, el agua y la sangre; y estos tres concuerdan" (1 Jn. 5:8).

Parte 2

LA GLORIA SHEKINAH 

Sobre el asiento de la misericordia (más correctamente llamado la cubierta de misericordia) y "entre los dos querubines que están sobre el arca" del Pacto, se manifestaba la Gloria Shekinah, el Angel de la faz de Dios.  Aquí fue donde Dios le reveló Su palabra a Su siervo Moisés.  El le hablaba desde adentro de la Gloria Shekinah.  Entonces, a raíz de esto, debemos entender que el arca del Pacto habla proféticamente del Verbo de Dios, viniendo a morar en un tabernáculo de carne. 
 
"Si bien el Altísimo no habita en templos hechos de mano, como dice el profeta: el cielo es mi trono, y la tierra el estrado de mis pies. ¿Qué casa me edificaréis? dice el Señor; ¿O cuál es el lugar de mi reposo? ¿No hizo mi mano todas estas cosas?" (Hechos 7:48-50).

Hace ya más de dos mil años que Jesús fue concebido del Espíritu Santo en el vientre de la virgen María.  Era la concepción de Dios destinada a construir para Sí Mismo una casa no hecha con manos.  Jesús era el tabernáculo que Dios destinó para que Su Gloria Shekinah morara en El a su debido tiempo (Hebreos 9:11; 8:1-2).  Después de Su nacimiento, creció en estatura y en sabiduría (Lucas 2:40,52).  Así como el tabernáculo de Moisés donde la Presencia de Dios, en forma de nube, vino y llenó el edificio solo en el día señalado cuando estuviera completo y el mobiliario estuviera en su lugar (Ex. 39:32-43; 40:1-38) así también fue con el verdadero tabernáculo de Dios, Jesucristo, cuando el Espíritu de Dios, sin medida, vino a la hora señalada para morar en El después de Su bautismo en agua. 

"También dio Juan testimonio, diciendo: Vi al Espíritu que descendía del cielo como paloma, y permaneció sobre él.  Y yo no le conocía; pero el que me envió a bautizar con agua, aquel me dijo: Sobre quien veas descender el Espíritu y que permanece sobre él, ese es que el bautiza con el Espíritu Santo.  Y yo le vi, y he dado testimonio de que este es el Hijo de Dios." (Juan 1:32-34). 

Entonces, la Gloria Shekinah de Dios vino para manifestarse en la carne y habitar en medio del pueblo (Juan 1:14).  Dios moró dentro del pueblo en el tabernáculo de la carne de Jesús.  La carne de Jesús era el velo.  Jesús, como el arca del Testamento, hospedaba la Gloria Shekinah de Dios.

"Ahora bien, el punto principal de lo que venimos diciendo es que tenemos tal sumo sacerdote, el cual se sentó a la diestra del trono de la Majestad en los cielos, ministro  del santuario, y de aquel verdadero tabernáculo que levantó el Señor, y no el hombre...

Los cuales (sacerdotes terrenales) sirven a lo que es figura y sombra de las cosas celestiales, como se le advirtió a Moisés cuando iba a erigir el tabernáculo, diciéndole:  

Mira, haz todas las cosas conforme al modelo que se te ha mostrado en el monte. Pero ahora tanto mejor ministerio es el suyo, cuanto es mediador de un mejor pacto, establecido sobre mejores promesas" (Hebreos 8:1-2, 5-6).

Proveniente de la Gloria Shekinah de Dios en el corazón de Jesucristo, vino la Voz de Dios a Su pueblo, Israel.  Habló a través del velo de la carne.  No había necesidad de que un profeta mediara entre El y Su pueblo.  Jesús era el Mediador (1 Tim. 2:5).  El era el Mediador de un mejor Pacto (Heb. 12:24).  Sin embargo,  "Y el mediador no lo es de uno solo; pero Dios es uno" (Gál. 3:20). Fue hablando que Yahwéh se reveló a Sí Mismo, aunque escondiéndose de los sabios y prudentes.  La carne de Jesús era Su velo.  Detenía la carnalidad para que no pudieran reconocer la divinidad que había adentro.  Los hombres carnales solamente podían ver a un "buen" hombre,  porque al igual que el altar del incienso estaba ante el velo del Lugar Santo, así también la Vida de Cristo era un dulce aroma,  no solo a Dios sino a toda la gente que entraba en contacto con El.  Y así como el candelero de oro arrojaba su luz sobre la mesa de los panes en el Lugar Santo, también Cristo era la Luz de la Vida, Quien vino a dar el Pan de Vida.  La gente religiosa solo podía ver la apariencia externa del hombre Jesús y se maravillaban preguntando: "¿Qué clase de hombre es este?" que vuelve el agua en vino, que calma tormentas, que hace a los paralíticos caminar,  a los mudos hablar y tantos otros milagros.  Ellos continuarían en su antigua edad religiosa y en sus caminos tradicionales.  Pero a Sus elegidos,  Dios Se revelará por medio del Espíritu de revelación, hasta que ellos digan como Pedro dijo: "¡Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios Viviente!" (Mateo 16:13-16).

EL LUGAR SANTISIMO

Bajo el asiento de la misericordia, en el arca del Pacto,  estaban las tablas del Pacto o del Testimonio, que contenían la ley (Ex. 25:16).  Mas tarde fueron agregados el recipiente de oro con el maná y la vara de Aarón que reverdeció (Heb. 9:4 - ver Ex. 16:33-34; Núm. 17:10-11). Todo esto simbolizaba a Cristo como el arca de seguridad en el Pacto de Gracia.  Cualquiera que entra en El será librado de la ira de Dios que está siendo derramada sobre el pecado.  En Cristo fue la ley hecha perfecta, porque El era el Verbo que la dio y la cumplió.  El era el maná que descendió del cielo y como la vara que estaba muerta y resurgió a la vida, El fue la resurrección y el cetro de la Vida.  El era la Vida, y el pecado y la muerte no pudieron corromperlo.

En el libro de Hebreos, capítulos 9 y 10,  Pablo hizo un contraste entre el Antiguo y el Nuevo Pacto.  El Antiguo Testamento en sí mismo era puesto en vigor por la sangre rociada de las bestias sacrificiales sobre el Libro de la Ley, el pueblo, el tabernáculo y su mobiliario. La Ley es nuestro maestro.  Esta condena al pecado.  Y el pecado lleva a la muerte.  

La sangre señala la muerte y la vida - muerte de un sacrificio pero vida a lo que toca - "sin derramamiento de sangre no hay remisión".  

Por tanto, la sangre de los sacrificios literalmente mantenía con vida a los hijos de Israel, el pueblo escogido de Dios. Mientras el tabernáculo de Moisés refleja la asamblea de los verdaderos adoradores en el Cuerpo de Cristo,  que es el Israel Espiritual,  la sangre del Cordero purga y redime a todos los elegidos de Dios como un pueblo.  Todos estos son patrones de cosas celestiales sobre las que Cristo, como el Sumo Sacerdote,  entrando en el cielo de Dios una vez y por todas roció Su sangre,  perfeccionando para siempre a aquellos que están consagrados y hechos santos.  Amén. 

Pero observa, mientras los cuerpos de las bestias sacrificiales que fueron muertos en el día de la expiación eran sacados del tabernáculo para ser quemados,  su sangre era llevada al templo (o santuario) - (Lev. 16:27).  De la misma manera, Jesús, el Cordero de Dios fue tomado, crucificado y sepultado fuera del campamento de la ciudad de Jerusalén (Heb. 13:11-12),  pero El,  como Sumo sacerdote, introdujo Su propia sangre en la eternidad  para presentarla delante de Yahwéh, Su Padre Celestial (Juan 20:17).  Cristo Jesús,  habiendo entrado en el verdadero templo en el cielo, ahora está sentado a la diestra del poder (Col. 3:1). 

"Porque en él habita corporalmente toda la plenitud de la Deidad" (Col. 2:9). 

A fin de que la Gloria Shekinah de Dios, introducida en Cristo Jesús (el Verbo - Arbol de Vida - hecho carne),  pudiera ser derramada sobre un pueblo predestinado, el cuerpo de Jesús (el velo) debía primero ser roto y abierto para liberarla. Jesús, hablando de Su cuerpo, dijo:  "Destruid este templo, y en tres días lo levantaré" (Juan 2:19,21).  Otra vez, dijo, "Por eso me ama el Padre, porque yo pongo mi vida, para volverla a tomar. Nadie me la quita, sino que yo de mí mismo la pongo. Tengo poder para ponerla, y tengo poder para volverla a tomar. Este mandamiento recibí de mi Padre" (Juan 10:17-18). Por lo tanto,  por medio de este "camino nuevo y vivo que él nos abrió a través del velo, esto es, de su carne" podemos entrar corporalmente al Lugar Santísimo por la sangre de Cristo (Heb. 10:19-20). ¡Aleluya!  A causa de la sangre de Jesús, que quitó nuestro pecado,  ahora podemos entrar en el Lugar Santísimo y tomar de la Vida de la Gloria Shekinah de Dios. ¡Alabado sea el Señor! Se cumplió como Jesús dijo, "Nadie viene al Padre, sino por mí" (Juan 14:6b).  Por medio del Espíritu de revelación, el apóstol Pablo lo escribió, y por el mismo Espíritu, el apóstol Juan, quien fue tomado al segundo cielo, lo vio.  Juan dijo:

"Y el templo de Dios fue abierto en el cielo, y el arca de su pacto se veía en el templo..." - Ap. 11:19a.

"Después de estas cosas miré, y he aquí fue abierto en el cielo el tabernáculo del testimonio;" - Ap. 15:5.

"Y el templo se llenó de humo por la gloria de Dios, y por su poder..." - Ap. 15:8a.

Amado,  ¿has visto lo que Juan vio y lo que Pablo escribió? ¿has visto la Luz? ¿has recibido el Espíritu de revelación y entrado en el reino del segundo cielo? ¿has probado la savia de Su gloriosa Vida?  Los hijos de Aarón (el Sumo Sacerdote),  quienes ministraban en la segunda dimensión del tabernáculo de Moisés,  no pudieron ver lo que ocurría detrás del velo. Pero a nosotros,  quienes somos los hijos de Dios, nos es dado el privilegio de ver lo que yace más allá del velo, porque nuestro Sumo sacerdote Cristo Jesús ha roto el velo de Su cuerpo y nos ha revelado la Gloria Shekinah. 

CONCLUSION

"Vi descender del cielo a otro ángel fuerte, envuelto en una nube, con el arco iris sobre su cabeza; y su rostro era como el sol, y sus pies como columnas de fuego" (Ap. 10:1).

Desde hace veinte siglos, la misma Gloria Shekinah de Cristo que hablaba con Moisés en el tabernáculo de reunión nos ha estado hablando a Su pueblo en la tierra. El ha venido otra vez en este tiempo final a revelar Su Gloria a Sus escogidos, antes  de su arrebatamiento  (ver Mt. 25:6,10; 1 Ts. 4:16). Les está hablando porque Sus almas son la simiente de los predestinados hijos de Dios. El propósito del ministerio angelical de Cristo es bautizarnos en Su alma, espíritu y cuerpo de Hijo de Dios e Hijo del Hombre. Son las áreas o partes referidas en la Biblia como los lugares celestiales que están en Cristo, para edificarnos  (Jn. 17:22) como una casa espiritual por medio de Su Cuerpo glorioso y como un sacerdocio santo por medio de Su Espíritu vivificante. Porque en El somos el reino, el sacerdocio y el templo de Dios.

"Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido con toda bendición espiritual en los lugares celestiales en Cristo, según nos escogió en él antes de la fundación del mundo, para que fuéramos santos y sin mancha delante de El" (Ef. 1:3-4).

Así como desde el interior del arca le revelaba Su palabra, con voz audible a Moisés, ahora Cristo Jesús nos habla con voz de arcángel al ministerio quíntuple y a Su Iglesia verdadera (1 Ts. 4:16; Ef. 4:11). Esta visitación espiritual es la unión de matrimonio del Esposo con los renacidos santos Novia, para perfeccionarlos en Su palabra y transformarlos a Su misma imagen como la Esposa del Cordero.

"...El esposo vino; y las que estaban preparadas entraron con él a las bodas; y se cerró la puerta" (Mt. 25:10).

"Y yo Juan vi la santa ciudad, la nueva Jerusalén, descender del cielo, de Dios, dispuesta como una esposa ataviada para su marido"  (Ap. 21:2).