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LA UNIDAD DE LA FE y DEL CONOCIMIENTO DE CRISTO



Lectura de Exodo 17:8-16.

Versos 8 al 10:   

"Entonces vino Amalec y peleó contra Israel en Refidim.  Y dijo Moisés a Josué: Escógenos varones, y sal a pelear contra Amalec; mañana yo estaré sobre la cumbre del collado, y la vara de Dios en mi mano. E hizo Josué como le dijo Moisés, peleando contra Amalec; y Moisés y Aarón y Hur subieron a la cumbre del collado".

"Y El mismo constituyó a unos, apóstoles; a otros, profetas; a otros, evangelistas; a otros, pastores y a otros, maestros, a fin de perfeccionar a los santos para la obra del ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo, hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a un varón perfecto, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo; para que ya no seamos niños fluctuantes, llevados por doquiera de todo viento de doctrina, por estratagema de hombres que para engañar emplean con astucia las artimañas del error, sino que siguiendo la verdad en amor, crezcamos en todo en aquel que es la cabeza, esto es, Cristo, de quien todo el cuerpo, bien concertado y unido entre sí por todas las coyunturas que se ayudan mutuamente, según la actividad propia de cada miembro, recibe su crecimiento para ir edificándose en amor" (Ef. 4:11-16).  

SALIR A LA PELEA

En la cumbre del collado, con la vara de autoridad en sus manos Moisés está enfrentando el ataque de Amalec.  Moisés es figura del ministerio apostólico de Cristo en Su Iglesia verdadera.  Decidido y terminante, cada santo de Dios pelea contra Amalec. Este es satanás buscando a quien puede destruir (Ef. 6:12-13). Cristo nos levantó con El y nos posicionó en lugares celestiales de autoridad para la pelea contra el enemigo en la llanura de Refidim. Este lugar celestial es nuestra justificación, que nos permite estar en paz con Dios por creer en la Justicia  de la sangre y el sacrificio de Su Hijo.
  
"Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo; por quien también tenemos entrada por la fe a esta gracia en la cual estamos firmes, y nos gloriamos en la esperanza de la gloria de Dios" (Ro. 5:1-2). 

El collado o colina de Refidim también nos muestra la fe de Jesucristo como nuestro escudo de guerra contra satanás.  El estar justificados por Su sangre nos posiciona en las alturas celestiales del reposo y de la confianza en la salvación de Dios, ante toda acusación y condenación. Es decir, que estamos equipados para enfrentar a un enemigo que muchas veces intenta usurparnos un lugar que no le pertenece.

"Levántate, resplandece; porque ha venido tu luz, y la gloria de Jehová ha nacido sobre ti. Porque he aquí que tinieblas cubrirán la tierra, y oscuridad las naciones; mas sobre ti amanecerá Jehová, y sobre ti será vista su gloria. Y andarán las naciones a tu luz, y los reyes al resplandor de tu nacimiento"  (Is. 60:1-3).

Como Josué, tenemos la espada del Espíritu. Es el conocimiento de la palabra de Dios que corta y destruye el ataque de satanás. Su doble filo es el Juicio de la cruz para deshacer la oscuridad que batalla contra el alma. Y Josué así lo hizo, "como le dijo Moisés, peleando contra Amalec".  (Leer Ef. 6:17 y He. 4:12-13).

UNA MISMA VISION

Versos 11 y 12: 

"Y sucedía que cuando alzaba Moisés su mano, Israel prevalecía; mas cuando él bajaba su mano, prevalecía Amalec. Y las manos de Moisés se cansaban; por lo que tomaron una piedra, y la pusieron debajo de él, y se sentó sobre ella; y Aarón y Hur sostenían sus manos, el uno de un lado y el otro de otro; así hubo en sus manos firmeza hasta que se puso el sol".

Cuando elevamos nuestra alma al trono de Dios para acercarnos a El, prevalece nuestro espíritu sobre la impiedad. La piedra donde se sentó Moisés es la revelación del evangelio y  esto significa que somos uno con la muerte y la resurrección del Señor Jesucristo. Debemos vernos, por medio de Su obra redentora, sentados juntamente con El a la diestra del Padre, en el mismo trono donde El está sentado. Y esta fue la visión que tuvieron Moisés y Aarón y Hur acerca de la unidad de la fe y del conocimiento de Cristo Se sostenían unos a otros identificados con la fe y el conocimiento de Dios revelados a Moisés, para ser un solo Cuerpo espiritual victorioso en la colina y en la llanura de Refidim. 

Es a través de esta unidad que Moisés nos gobierna con autoridad. Moisés es el Señorío de Cristo en todos, por medio de Su ministerio de apóstoles, profetas, evangelistas, pastores y maestros.  Este ministerio colabora con Dios en el crecimiento del varón perfecto, porque fue creado en unidad con Cristo. El Padre y el Hijo Unigénito son UNO. Esta Unidad espiritual habita en los varones del quíntuple ministerio. Por eso, están predestinados para perfeccionar el entendimiento de los santos para la obra del mismo ministerio, para la edificación del Cuerpo hasta su plena madurez. Esta madurez es el fruto de la Unidad de Dios y de Cristo comunicada a Su Iglesia por el Espíritu Santo, a través del ministerio quíntuple de Ascensión (Ef. 4:7).

'Para que todos sean uno; como tú, oh Padre, en mí, y yo en tí, que también ellos sean uno en nosotros; para que el mundo crea que tú me enviaste. La gloria que me diste, yo les he dado, para que sean uno, así como nosotros somos uno. Yo en ellos, y tú en mí, para que sean perfectos en unidad, para que el mundo conozca que tú me enviaste, y que los has amado a ellos como también a mí me has amado' (Jn. 17:21-23).

TRONO DE GRACIA  y  COLLADO DE GUERRA

Dios le reveló a Moisés que tenía que extender sus brazos. De esa manera se formó la figura de la muerte de Jesús en la cruz del Calvario, en aquella colina de Justicia para Israel pero de Juicio para Amalec. Hoy, las tinieblas y la carnalidad que atacan al verdadero Israel, la Iglesia del Primogénito, deben pasar bajo la vara de la autoridad de Cristo y sufrir el Juicio de Su muerte de cruz (Ez. 20:37).  La Iglesia debe respaldarse en la muerte del Cordero y en Su resurrección, confesando su esperanza en el evangelio. Nuestro evangelio es Jesucristo Viviente y Su muerte de cruz, es decir, Su Espíritu, sangre y agua en nuestra alma, espíritu y cuerpo.

La salvación que los elegidos tienen en Jesucristo era el mensaje que anunciaba Moisés. La autoridad del Reino de Dios estaba en él comunicando el evangelio a Israel, desde la colina de Refidim. Entonces el poder del Espíritu Santo descendía sobre el campo de batalla y ungía a Josué y a sus soldados para darles la victoria. ¡Oh, hijos de Dios, asentémonos allí en la obra redentora de Cristo sobre la colina del Calvario y tengamos todos una misma conciencia de cuál es la voluntad del Padre! ¡No temamos a Amalec y hagamos resplandecer nuestras espadas y nuestras armas espirituales poderosas en Dios para la destrucción de fortalezas, pues no somos de los que retroceden, sino de los que tienen fe para preservación del alma!

"Así también vosotros consideraos muertos al pecado, pero vivos para Dios en Cristo Jesús, Señor nuestro" (Ro. 6:11).

"Así que, hermanos, os ruego por las misericordias de Dios, que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es vuestro culto racional. No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta" (Ro. 12:1-2).

"Considerad a aquel que sufrió tal contradicción de pecadores contra sí mismo, para que vuestro ánimo no se canse hasta desmayar" (He. 12:3).

Entretanto que hay luz y misericordia de lo Alto, la firmeza de nuestras almas viene de aferrarnos con fe a la vara de nuestra autoridad, que es el Juicio de la muerte de Jesús al enemigo. Los brazos de Josué y sus valientes guerreros peleando allá abajo en la llanura contra el amalecita, dependían de aquellas manos extendidas hacia el cielo en el collado ¡Cuánto ánimo y seguridad se comunican los santos de Dios entre ellos cuando cada uno está reunido personalmente con el crucificado del Calvario, así como las manos de Moisés extendiendo su vara en unidad con Aarón y Hur hacia el Señor de las alturas!

Versos 13 al 16:

"Y Josué deshizo a Amalec y a su pueblo a filo de espada. Y Jehová dijo a Moisés: Escribe esto para memoria en un libro, y dí a Josué que raeré del todo la memoria de Amalec de debajo del cielo. Y Moisés edificó un altar, y llamó su nombre Jehová-nisi; y dijo: Por cuanto la mano de Amalec se levantó contra el trono de Jehová,  Jehová tendrá guerra con Amalec de generación en generación".

El nombre de Jesucristo es la bandera del Espíritu Santo y el altar de  testimonio  en el cielo y en la tierra, porque El es la victoria sobre Amalec.

"Y en ningún otro hay salvación; porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos"  (Hch.  4:12).

"...y despojando a los principados y a las potestades, los exhibió públicamente, triunfando sobre ellos en la cruz" (Col. 2:15). 

"...resucitándole de los muertos y sentándole a su diestra en los lugares celestiales, sobre todo principado y autoridad y poder y señorío, y sobre todo nombre que se nombra, no sólo en este siglo, sino también en el venidero; y sometió todas las cosas bajo sus pies, y lo dio por cabeza sobre todas las cosas a la iglesia, la cual es su cuerpo, la plenitud de Aquel que todo lo llena en todo"  (Ef. 1:20-23).

Así fue que Moisés y Aarón y Hur fueron una sola mano aferrada a la vara de Dios en el collado de Refidim.  Ellos profetizaron al Señor Jesucristo y Su Justicia para Su pueblo crucificado con El en las afueras de Jerusalén. Por esto fue que el Todopoderoso lavó y limpió allí las túnicas de salvación que habían manchado los hijos de Israel, cuando le tentaron en Masah. El Señor les perdonó y los libró del enemigo.

Nuestra separación de Amalec es permanente. El mandamiento que está escrito en nuestro corazón es purificación de la carnalidad y guerra contra el mal todo el tiempo de nuestra peregrinación.

"Amados, yo os ruego como a extranjeros y peregrinos, que os abstengáis de los deseos carnales que batallan contra el alma, manteniendo buena vuestra manera de vivir entre los gentiles; para que en lo que murmuran de vosotros como de malhechores, glorifiquen a Dios en el día de la visitación, al considerar vuestras buenas obras" (1 Pe. 2:11-12).

"Y todo aquel que tiene esta esperanza en El, se purifica a sí mismo, así como El es puro" (1 Jn. 3:3).

CONCLUSION

La humanidad de Cristo hoy es Su cuerpo glorificado. El es nuestro propiciatorio, el asiento de la misericordia y el trono de Dios. La sangre de los corderos sacrificados fue, por ser palabra de Dios, el vínculo de Israel con la sangre de Cristo. Entonces, ese pueblo representaba el Reino de Dios en la tierra. Por tanto, la Iglesia es el Reino de Cristo por la Vida de Su preciosa sangre que está en ella.

Amalec, quien no es otro que el diablo, aborreció a Israel y se levantó en su contra en Refidim, rebelándose contra el trono de Dios. La sangre del Cordero es el Espíritu de Gracia del trono de Dios que cubre a Sus santos. Quien lo afrente es reo de juicio eterno y no tiene jamás perdón. 

¿Cuánto mayor castigo pensáis que merecerá el que pisoteare al Hijo de Dios, y tuviere por inmunda la sangre del pacto en la cual fue santificado, e hiciere afrenta al Espíritu de Gracia? Pues conocemos al que dijo: Mía es la venganza, yo daré el pago,  dice el Señor. Y otra vez:  El Señor juzgará a su pueblo. ¡Horrenda cosa es caer en manos del Dios vivo! (He. 10:29-31).

Nuestra salvación es tan grande porque es el mismo trono de Dios asentado en nuestro corazón. Por el evangelio y por Su Espíritu tenemos nuestro cuerpo muerto juntamente con Cristo en la cruz, y nuestra alma-espíritu con Su resurrección de entre los muertos,  sentada en lugares celestiales. 

"Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí"  (Gál. 2:20).

Estamos en el lugar celestial de Refidim, es decir, en el territorio de nuestra Justificación. Tenemos que ser uno con la fe y el conocimiento de Cristo, para enfrentar la guerra espiritual con la firmeza del varón perfecto. Su fe en nuestro corazón y Su conocimiento en nuestro entendimiento son las partes vitales de la armadura de Dios. Con ella sujetamos todo pensamiento en obediencia a Cristo, destruimos toda rebelión carnal y resistimos la oposición del diablo. Y como hermanos, la unidad de la fe y del conocimiento de Cristo en todos es tener la misma conciencia de guerra contra el pecado y las tinieblas que tuvo el Hijo de Dios sobre la cruz.

"Y ser hallado en él, no teniendo mi propia justicia, que es por la ley, sino la que es por la fe de Cristo, la justicia que es de Dios por la fe; a fin de conocerle, y el poder de su resurrección, y la participación de sus padecimientos, llegando a ser semejante a él en su muerte,...así que todos los que somos perfectos, esto mismo sintamos; y si otra cosa sentís, esto también os lo revelará Dios"  (Fil. 3:9-10, 15).