'Aconteció que yendo de camino, entró en una aldea; y una mujer llamada Marta le recibió en su casa.
Esta tenía una hermana que se llamaba María, la cual, sentándose a los pies de Jesús, oía su palabra.
Pero Marta se preocupaba con muchos quehaceres, y acercándose, dijo: Señor, ¿no te da cuidado que mi hermana me deje servir sola? Dile, pues, que me ayude.
Respondiendo Jesús, le dijo: Marta, Marta, afanada y turbada estás con muchas cosas.
Pero sólo una cosa es necesaria; y María ha escogido la buena parte, la cual no le será quitada' (Lc. 10:38-42).
Jesús ha venido hoy a la aldea de esta tierra (Mt. 25: 6-10). El está aquí en medio de nosotros, donde dos o más están juntos en Su Presencia. Marta recibe al Señor en su casa, pero María lo recibe en su espíritu. Hay creyentes que son como Marta y hay creyentes que son como María.
Es fundamental conocernos a nosotros mismos. El discípulo de Cristo anhela superarse y ser un vencedor de las tinieblas espirituales y de sus bajezas carnales. Su despertar es terminante y decidido a pelear la batalla de la fe, para mantenerse triunfante como Reino de Dios. Procura la Presencia del Señor en su vida. Lo elige a El primero sobre todas las cosas, se aparta del pecado para poseer Su palabra, donde se halla el reino de los cielos y nuestra herencia eterna.
EL ALMA y EL ESPIRITU
'Porque la palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que toda espada de dos filos; y penetra hasta dividir el alma y el espíritu, las coyunturas y los tuétanos, y discierne las intenciones y los pensamientos del corazón' (Heb. 4:12).
El Espíritu Santo nos revela cómo fuimos creados y lo que somos. La visita del Señor en la casa de Marta presenta un mensaje al creyente verdadero. Nos muestra el interior y el exterior de nuestra vida. Recordemos que somos espíritu y materia. Marta estaba bajo el control de la materia por medio de su corazón físico. Nuestro espíritu es el hombre interior y nuestro cuerpo material es el hombre exterior con su corazón físico. El alma es la personalidad y la naturaleza humana del espíritu y del cuerpo. Es nuestro 'corazón espiritual' y vive en el corazón físico, en unidad con el cuerpo.
Aquí dejo bien claro que el alma no es materia, y sus dos grandes atributos son la fe y la voluntad. Es allí, en el alma y por la fe donde los hijos de Dios un día recibimos a Jesús y creímos el evangelio (Mr. 1:15). El espíritu es la mente del alma y actúa con sus facultades intelectuales y emocionales en el cerebro y el corazón humano. También es la vida del cuerpo físico. Está compuesto por cinco sentidos o facultades mentales, que son: la conciencia, la imaginación, la memoria, el afecto y la razón. En los hijos de Dios renacidos, siempre está dispuesto para recibir la revelación del Señor, sentado a Sus pies como María.
En el hombre exterior o cuerpo físico, la carne es débil por causa del pecado (Mt. 15:18-20 y 26:41). El pecado es el ego corporal (el yo de la carne) que influye y engaña a muchos creyentes con los afanes terrenales, endureciendo sus corazones y alejando sus mentes de la fe en Dios. Jesús amonestó a Marta y reprendió esa carnalidad en ella, para liberar su espíritu de la dureza del pecado, en su corazón. Pero el Señor nos dice que podemos vivir la vida terrenal por medio de Su Espíritu, limpios y libres del señorío del pecado, conforme a Su santa voluntad.
'Todo lo puedo en Cristo que me fortalece' (Fil. 4:13).
El alma del creyente como Marta es carnal, porque su espíritu no es libre, es esclavo del ego del hombre exterior. En Romanos 7:23, el ego es la ley del pecado del viejo hombre. Este viejo hombre es el cuerpo material con su naturaleza humana caída. Marta recibió a Jesús en su casa, con el alma en cautividad de su propio corazón físico, egoísta, emocional y materialista. Ella vivía engañada por sus sentimientos y sus estados de ánimo carnales. Cuando nos referimos a la carnalidad, bíblicamente hablamos de la naturaleza caída del cuerpo, que posee una fuerza negativa y destructiva. Esta fuerza es la ley del pecado y de la muerte (Ro. 7:23 y 8:32), cuya única finalidad es predominar sobre el alma (nuestra persona) para hacernos pecar. En el creyente carnal predomina su egocentrismo, mezclado con la naturaleza serpentina.
LA MENTE CARNAL DEL VIEJO HOMBRE
La mente carnal es el conocimiento humano caído, en la persona no renacida. Este conocimiento es el árbol de la ciencia del bien y del mal, que originalmente era uno con el árbol de la Vida, en el alma, espíritu y cuerpo de Adán y su mujer, en el Edén terrenal (Gn. 2:9). El conocimiento humano se pervirtió y se corrompió por causa del pecado original, y en su caída se convirtió en la mente carnal del cerebro, del corazón y del cuerpo. Así es como se separó del árbol de la Vida. La ley del pecado y de la muerte se hizo carne, es decir se materializó, cuando la mujer fornicó físicamente con el ser llamado serpiente de Gn. 3:1, después de haber entregado su mente al diablo. Ese acto fue el pecado original. El cuerpo físico es el viejo hombre, que obra con el egoísmo contra el espíritu y es una cárcel para la persona que no ha renacido. Las obras del cuerpo físico de los rebeldes al evangelio son incredulidad, orgullo, concupiscencia, codicia, idolatría y toda clase de injusticias, porque así es la naturaleza humana caída.
¿Cómo sucedió tal caída? Sucedió cuando la mujer creyó las palabras de adulterio y fornicación espiritual de satanás contra la palabra de Dios, que le hablaba a través de la criatura llamada serpiente. Esta, aun no era un reptil cuando Dios la juzgó y la maldijo. Antes de ello era un ser vertical (leer Gn. 3:14) hecho a la semejanza de Adán para labrar la tierra, de la que fue tomado. Adán era de arriba. Su alma-espíritu y cuerpo fue un hijo de Dios creado en el Cielo, a imagen y semejanza de Cristo, la Palabra Viviente. El vivió en el reino espiritual tiempo antes de que fuera colocado en el cuerpo físico, el cual fue hecho del polvo de la tierra por el Señor, como el tabernáculo o casa terrenal de Adán.
DOS NATURALEZAS
El serpiente era un ser viviente racional e inteligente. Dios lo hizo surgir de la tierra, con facultades mentales semejantes y afines con Adán. Pero no tenía la imagen del Altísimo en su alma, porque no era un hijo de Dios, sino una creación terrestre como lo fueron todos los animales. Su ancestro, en la primera creación, fue el llamado 'hombre prehistórico' por la antropología del mundo. Tal criatura no fue ningún descendiente de los simios. Fue una especie diferente y aparte que se extinguió, el eslabón perdido entre los simios y Adán. Los científicos han hallado muchos restos fósiles de aquel ser viviente. Pero no creen que fue el serpiente que sedujo a Eva, porque no se sujetan a la revelación de Dios. En la re-creación de la tierra actual, el serpiente - así llamado por Adán - reapareció en el sexto día nuevamente sobre la tierra (ver Gn. 1:24-25).
En esa, su última aparición, ha sido llamado el 'homo sapiens-sapiens' y considerado el hombre evolutivo por la ciencia humana moderna. Pero el verdadero HOMBRE que registra la Biblia es Adán. La ciencia terrenal no cree en las Sagradas Escrituras, por lo tanto le da igual que el ser humano Adán no fue el homo sapiens. El serpiente bíblico de Génesis 3:1 fue el homo sapiens, la cabeza del reino animal en la tierra y descendiente del llamado 'hombre prehistórico' . Pero cayó por la maldición de Dios a la condición de un reptil (leer Gn. 3:14). Estando en esa forma desapareció en la inundación del gran diluvio sobre la tierra, que profetizó el justo Noé.
Pero a través de Caín y su descendencia dejó su genética, que fueron los hijos de los hombres de Gn. 6:2. Sus hijas fueron tomadas como mujeres concubinas y parejas amantes por los hijos de Dios de la línea de Set, hijo de Adán. Los hijos de los hombres fueron los cainitas. La doctrina de que los hijos de Dios fueron ángeles que se unieron con las hijas de los hombres, es totalmente falsa. Los ángeles son espíritus que no pueden procrear sexualmente, porque no se casan entre ellos, ni con el ser humano (Mt. 22:30). Así es que la unión sexual de los setitas con las cainitas no fue conforme a la voluntad del Señor. Al multiplicarse, la tierra se fue poblando de una humanidad mezclada con dos naturalezas. Los cainitas tenían naturaleza serpentina porque su ancestro, el padre de Caín, fue el homo sapiens - la serpiente - que sedujo a Eva. Los setitas eran los hijos de Dios que descendían de Set, hijo de Adán. El resultado fue, que hasta hoy coexisten la naturaleza animal serpentina y la naturaleza humana en la sangre de la humanidad. El conocimiento caído, la ley del pecado y la naturaleza serpentina se encuentran en el alma-espíritu y cuerpo de las personas no renacidas. Todo eso junto es la carnalidad del viejo hombre.
El engaño espiritual, en forma de palabras habladas por la serpiente, primero penetró la mente de la mujer de Adán. En segundo lugar fue seducida sexualmente. Ella comió (aceptó) en su mente el adulterio y la fornicación espiritual del diablo contra la palabra de Dios. Luego cometió adulterio contra Adán, por medio de la fornicación física con el serpiente (Podemos decir el serpiente, porque era de sexo masculino). El acto sexual cometido, según el conocimiento del bien y del mal caído en la inmoralidad (la mente humana pervertida), fue el pecado original. Cuando Adán obedeció la exigencia de su mujer, él también comió el conocimiento sexual en la misma forma lujuriosa que ella lo había hecho con el serpiente poseído por satanás. Y ambos murieron. Quedaron separados de la inmortalidad humana que tenían, y de la vida divina de Cristo el árbol de la Vida, tanto en sus espíritus como en sus cuerpos. Desde entonces, el alma sin Cristo se encuentra en oscuridad y en condenación (Leer Ro. 3:23). Tiene que nacer de nuevo obedeciendo por la fe al evangelio de Jesucristo, para reconciliarse con Dios y volver a la condición original de Adán, antes de la caída en el pecado (Jn. 3:3 y 5).
Para que no prevalezca el pecado en su alma, el creyente del evangelio no debe vivir conforme a la carne sino conforme al Espíritu Santo. Si nuestro espíritu es uno con el Espíritu y el evangelio, entonces recibimos la mente de Cristo en el alma. Con ella triunfamos sobre el diablo y nos podemos despojar de todo peso del pecado (Heb. 12:1). Nos apartamos y limpiamos de toda contaminación espiritual y carnal, con la santidad que nos da el Señor en nuestro espíritu y cuerpo (2 Cor. 7:1-2). En el creyente espiritual, la mente de Cristo reina en su alma. Es un solo Espíritu con El. Por lo tanto, con la mente de Cristo controla su espíritu y con su espíritu controla el cuerpo.
'Mas ahora que habéis sido libertados del pecado y hechos siervos de Dios, tenéis por vuestro fruto la santificación, y como fin, la vida eterna. Porque la paga del pecado es muerte, más la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro' (Ro. 6:22-23)
EL CORAZON CRUCIFICADO
'Engañoso es el corazón más que todas las cosas, y perverso; ¿quién lo conocerá? Yo Jehová, que escudriño la mente, que pruebo el corazón, para dar a cada uno según su propio camino, según el fruto de sus obras' (Jer. 17:9-10).
María recibió la palabra de Jesús en su espíritu. Se despojó de sí misma y del ambiente negativo de su entorno familiar y social. Luego puso sus ojos y oídos interiores en el Señor y Su palabra. Sólo estando libres del señorío del pecado (ego carnal) en el alma, podemos poseer la Vida de Cristo. El espíritu de Marta estaba cautivo del pecado que endurecía y controlaba el corazón físico de su cuerpo. Pero, más allá de su espíritu, en el alma de María reinaba la fe. Ella deseaba recibir el Reino de Dios dentro de su mente y en su corazón físico. Vemos que fue racional y prudente, porque valoró mucho la oportunidad de la llegada de Jesús a la aldea, y que lo más importante y necesario en este mundo es que El Mismo viva en nuestro ser y nos hable Su palabra. Lo que Su Espíritu nos dice nunca se borrará, porque Su palabra es el poder de Dios 'para salvación a todo aquel que cree' (Ro. 1:16), y permanece eternamente.
El corazón corporal del creyente que nació de nuevo está lleno del Espíritu Santo, porque su alma se unió con el Señor Jesucristo al convertirse al evangelio. Ahora es un Espíritu con El. "Y los que son de Cristo han crucificado la carne con sus pasiones y deseos" (Gál. 5:24). Su corazón y cuerpo es uno con la sangre y con la muerte de Jesús, por medio de Hechos 2:38, el verdadero evangelio completo. Si lo obedeces, estás crucificado con El en el Calvario y existes como un sacrificio viviente, "llevando la muerte de Jesús por todas partes, para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestros cuerpos. Porque nosotros que vivimos, siempre estamos entregados a muerte por causa de Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestra carne mortal" (2 Cor. 4:10-11).
El espíritu es la parte interior del corazón, así como el espacio que hay dentro de un recipiente físico. Por lo tanto, el corazón junto con el espíritu es la vasija del Espíritu Santo, que poseen las almas vírgenes prudentes en sus cuerpos (Mt. 25:4). El pecado ya no es su amo, no puede enseñorearse más de él. Es uno con Cristo y posee Su Yo Soy. Por medio de Su palabra camina con El en comunión con Su Espíritu. Por la fe vive para Dios y es un solo corazón con el Hijo de Dios. Participa de Su mente y ama la verdad. Entonces puede buscar al Padre, morar en Su Presencia y recibir el poder de Su fortaleza para hacer Su voluntad.
'Porque el pecado no se enseñoreará de vosotros; pues no estáis bajo la ley, sino bajo la gracia' (Ro. 6:14).
CONCLUSION
El hombre espiritual interior
El espíritu humano es el hombre interior, que fue creado a la imagen de Dios, con su propia identidad. Esta identidad es el alma, el yo personal o personalidad de cada individuo. El cuerpo físico fue creado a la semejanza del cuerpo angelical de Cristo, en el Principio (ver Gn. 1:26-27). El Eterno glorificó al Señor Jesús en Su resurrección con ese cuerpo espiritual divino que tuvo siendo la Palabra Viviente, el Hijo Unigénito del Padre, antes que el mundo fuese hecho (Ro. 1:4).
Así como tenemos el corazón del cuerpo físico, también tenemos el alma como el corazón del espíritu, y en este funcionan la conciencia, la imaginación, la memoria, el afecto y la razón. Todo junto es el espíritu. En cuanto al corazón del cuerpo, en él funciona el afecto de nuestro espíritu, es decir los sentimientos, emociones, ánimo y deseos. La revelación de la palabra por el Espíritu Santo vivifica el alma, nos perfecciona la mente, nos fortalece el corazón y nos transforma a la imagen de Cristo. Hemos llegado a El por la fe en Su sangre vertida en la cruz, según la misericordia y buena voluntad de nuestro Padre Eterno.
'Por tanto, Yo te aconsejo que de mí compres oro refinado en fuego, para que seas rico, y vestiduras blancas para vestirte, y que no se descubra la vergüenza de tu desnudez; y unge tus ojos con colirio para que veas' (Ap. 3:18).
Jesús está indicando la condición caída de pobreza, suciedad y ceguera espiritual de muchos creyentes actuales. Entre ellos puede haber alguno como María que reconoce la Voz de Cristo y le cree en lo profundo de su alma. Si este es tu caso, amigo que lees, eso es la Presencia del Señor que te inspira con Su Gracia para que ahora tú le abras plenamente la puerta de tu mente y la casa de tu corazón, confesando con tu boca: 'Señor Jesucristo, tú eres mi Señor y Salvador'. Así es como creyó y procedió María de Betania. Entonces, entrará Jesús con Su Espíritu en tu espíritu a revelarte Su palabra.
'He aquí, yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él, y él conmigo' (Ap. 3:20).
'Pero cuando se conviertan al Señor, el velo se quitará. Porque el Señor es el Espíritu; y donde está el Espíritu del Señor, allí hay libertad' (2 Cor. 3:16-17).