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EL MANA DEL CREYENTE



Lectura de Exodo 16:1-36.


Verso 1:

"Partió luego de Elim toda la congregación de los hijos de Israel, y vino al desierto de Sin, que está entre Elim y Sinaí, a los quince días del segundo mes después que salieron de la tierra de Egipto".


Entre Elim y Sinaí


 
Israel fue renovado en el oasis de Elim y después acampó en el desierto de Sin antes de llegar a Sinaí, en su marcha hacia Canaán. También la Novia de Cristo ungida por el Espíritu Santo se regocija y alaba en el oasis de su salvación. Luego se santifica en Sin, por el entendimiento de la palabra. 

"En libertad y luz me vi, cuando triunfó en mí la fe. 
 Y el raudal carmesí salud de mi alma enferma fue".  

Elim es el refrigerio en el Espíritu para mantener la fe en nuestro viaje hacia la madurez espiritual, en la tierra de Canaán. La preparación para que Israel fuera un Reino de sacerdotes y de gente santa comenzó cuando cruzaron el mar Rojo.  Así también, la Novia de la palabra ha cruzado por las aguas del bautismo en el Nombre de Jesucristo para ser Reino de Dios y en el monte Horeb del desierto de Sinaí somos reunidos con la revelación del evangelio.

Versos 2 y 3:

"Y toda la congregación de los hijos de Israel murmuró contra Moisés y Aarón en el desierto; y les decían los hijos de Israel: Ojalá hubiéramos muerto por mano de Jehová en la tierra de Egipto, cuando nos sentábamos a las ollas de carne, cuando comíamos pan hasta saciarnos; pues nos habéis sacado a este desierto para matar de hambre a toda esta multitud".

Los hebreos fueron redimidos por el Señor a través de Moisés. Pero la ignorancia  y dureza de corazón en la gran mayoría de ellos no les permitió corresponder al llamamiento del amor de Dios, Su Redentor. En Sin tuvieron hambre. Esto significa hoy el vacío de fortaleza interior.  Reclamaron a Moisés y Aarón la provisión de alimento porque ellos no asumían personalmente la responsabilidad de creer y clamar directamente al Señor que los rescató. El los estaba probando cuando les dio agua y alimento en Elim. Ahora, cuando tuvieron hambre en el desierto de Sin no tuvieron presente los hechos poderosos anteriores que Dios hizo para ellos. Entonces vemos que el hambre espiritual de algunos creyentes es no tener firmeza y esperanza en la fe por no entender el evangelio.

Israel miró atrás hacia Egipto, buscando apoyo en el conocimiento del mundo que los esclavizó. Ese espíritu de razonamiento humano moraba en sus corazones fluctuantes. Fueron seguidores de los hombres porque ellos satisfacían su egoísmo con ollas de carne. Es lo que ha conseguido hoy la enseñanza de la apostasía religiosa. Un Cristianismo moderno malcriado, hambriento de aspiraciones carnales y materialistas. Y ésa era la presión de Israel sobre Moisés y Aarón.

Versos 4 al 12:

"Y Jehová dijo a Moisés: He aquí yo os haré llover pan del cielo; y el pueblo saldrá, y recogerá diariamente la porción de un día, para que yo lo pruebe si anda en mi ley,  o no". 
 "Mas en el sexto día prepararán para guardar el doble de lo que suelen recoger cada día". 
 "Entonces dijeron Moisés y Aarón a todos los hijos de Israel: En la tarde sabréis que Jehová os sacado de la tierra de Egipto,"
 "y a la mañana veréis la gloria de Jehová; porque él ha oído vuestras murmuraciones contra Jehová; porque nosotros, ¿qué somos,  para que vosotros murmuréis contra nosotros?"
 "Dijo también Moisés: Jehová os dará en la tarde carne para comer, y en la mañana pan hasta saciaros; porque Jehová ha oído vuestras murmuraciones con que habéis murmurado contra él; porque nosotros  ¿qué somos? Vuestras murmuraciones no son contra nosotros, sino contra Jehová".
 "Y dijo Moisés a Aarón: Dí a toda la congregación de los hijos de Israel:  Acercaos a la presencia de Jehová, porque él ha oído vuestras murmuraciones".
 "Y hablando Aarón a toda la congregación de los hijos de Israel, miraron hacia el desierto, y he aquí la gloria de Jehová apareció en la nube".
 "Y Jehová habló a Moisés, diciendo": 
 "Yo he oído las murmuraciones de los hijos de Israel; háblales, diciendo: Al caer la tarde comeréis carne, y por la mañana os saciaréis de pan, y sabréis que yo soy Jehová vuestro Dios".

El espíritu de mansedumbre de Cristo estaba en el desierto de Sin y con El se identificó Moisés. (Sin es arcilla). Por eso fue dócil al Señor como el barro del alfarero. Ni siquiera tuvo que orar por el asunto. La voz del Señor habló a su alma y le reveló un nuevo alimento que fue nombrado maná por el pueblo y fue la salvación de Israel. Uno debe salir cada día y almacenar en su corazón una porción del maná del cielo que hoy ha descendido a nosotros. Es la Luz del Atardecer que ha venido con el pan de Su palabra revelada. En el verso 8 dice: "Al caer la tarde comeréis carne...".  Esto es participar del alimento sólido de todas las doctrinas de la Biblia. En esta hora del Fin, es la revelación apostólica y profética del ministerio quíntuple de Cristo que perfecciona el entendimiento espiritual de los santos (Ef. 4:11-12). "Y por la mañana os saciaréis de pan". Nuestro amanecer significa ser diligentes en mantenernos unidos con la doctrina del evangelio. Debemos amar la sabiduría, la justificación,  la santificación y la redención de Cristo que nos revela el pan del evangelio (1 Co. 1:30).

"Y el que es justo, practique la justicia todavía; y el que es santo, santifíquese todavía. Bienaventurados los que lavan sus ropas, para tener derecho al Arbol de la Vida, y para entrar por las puertas en la ciudad" (Ap. 22:11b, 14)

Amados hermanos, el fin de nuestra fe es la salvación del alma por medio del maná del cielo y este alimento es Cristo y el evangelio.  El es el Pan de Vida que ha descendido al alma de Sus santos Novia para revelarnos Su Espíritu y la doctrina de nuestra salvación. 


"Yo soy el pan vivo que descendió del cielo; si alguno comiere este pan, vivirá para siempre; y el pan que yo daré es mi carne, la cual yo daré por la vida del mundo" (Juan 6:51).

En Exodo 16, desde los versos 13 al 30, somos enseñados cómo proceder correctamente con el conocimiento del evangelio. En el séptimo día, el de reposo,  no había maná. Es decir, tenían maná almacenado y no debían salir a recogerlo ese día. ¿Qué es todo esto? Esto nos indica que debemos reposar en lo que ya está provisto en la obra de Jesucristo. El nos justificó del pecado por la fe en Su sangre guiándonos al arrepentimiento y nos santificó en Su muerte al bautizarnos en Su Nombre, para reconciliarnos con Dios. Comer Su carne y beber Su sangre es ser uno por fe con Jesús en Su muerte, mediante la palabra de la cruz. La humanidad del Hijo del Hombre vive en la doctrina del evangelio para poder ser nuestro maná. Así es como nos hace fuertes y firmes en la libertad con la que nos ha hecho libres. 

"Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo; por quien también tenemos entrada a esta Gracia en la cual estamos firmes, y nos gloriamos en la esperanza de la gloria de Dios" (Ro. 5:1-2).

Por esto es que no hay que agregar ninguna justicia propia,  como muchos cristianos han hecho buscando  maná guiados por el enfoque intelectual de la teología. Eso está fuera del reposo de la obra de Cristo, porque es hibridar la doctrina original con el razonamiento humano. La obediencia a la revelación del evangelio que fue anunciado en Pentecostés  es el reposo de Dios que El demanda en nosotros. La doble porción de maná en el sexto día nos muestra la suficiencia de la obra redentora del Señor para que desechemos toda idea personal, reposando completamente en El en este día que es la Séptima Edad de la Iglesia en Laodicea.  Este día es el Amén del Tiempo del Fin (Ap. 3:14). ¡Alabado sea nuestro Dios y Salvador Jesucristo! ¡El es nuestro absoluto reposo  revelado en el evangelio original de Su Primer Advenimiento! Es el mismo mensaje apostólico de la Primera Edad, en el que reposaron de su justicia propia todos los que creyeron. En la Sexta Edad de la Iglesia en Filadelfia fue consumada la gran doctrina de la Gracia, en la predicación mundial del evangelio de salvación (Ap. 3:8a).

La justificación por fe, la santificación por la palabra y andar conforme al Espíritu Santo es la doctrina de Cristo.
 
"Yo conozco tus obras; he aquí, he puesto delante de ti una puerta abierta, la cual nadie puede cerrar; porque aunque tienes poca fuerza, has guardado mi palabra, y no has negado mi nombre...He aquí,  yo vengo pronto; retén lo que tienes, para que ninguno tome tu corona" (Ap. 3:8,11).

Y así como Israel recogió el maná durante seis días y reposó el séptimo día, ahora Su Iglesia reposa en el evangelio que el Señor Jesucristo nos reveló en Hechos 2:38, porque es el depósito que contiene el Espíritu, el agua y la sangre que salieron de nuestro Salvador en  el Calvario. Nada hay aparte de Su obra vicaria para que obtengamos el reposo de Dios y la paz con El. 

Solamente es a través de la fe  en Su sangre, el arrepentimiento de pecados y la reconciliación con Dios en la muerte de Jesús por el bautismo de agua en el Nombre de Jesucristo.  Luego el don del Espíritu Santo nos bautiza en la resurrección del Señor y en la revelación de Su palabra.

Es la obra completa del nuevo nacimiento y la salvación del Hijo de Dios. Buscar algo más aparte, como hicieron algunos en Israel,  es justicia propia por ser obra del yo carnal.  "Mas si aun nosotros, o un ángel del cielo, os anunciare otro evangelio diferente del que os hemos anunciado, sea anatema" (Gál. 1:8).

Verso 28:

"¿Hasta cuándo no querréis guardar mis mandamientos y mis leyes" .

A Moisés el Señor le reveló Su palabra (Salmo 103:7) para comunicarla a Israel, con la participación de Aarón. Dios ha colocado hoy en Su Iglesia a Moisés y Aarón. Son el ministerio apostólico y profético de Cristo en el Nuevo Testamento, que nos declara mandamientos y leyes en forma de exhortaciones y enseñanzas. Debemos guardarlas y no cuestionarlas. Pero a algunos les gusta hacer las cosas por su propia cuenta. Y El los conoce.

Esas verdades son el maná del cielo que cae sobre nuestra alma en el desierto de la vida terrenal.  Es la  blanca simiente de Su palabra ungida,  dulce como la miel.

"Entonces tomé el librito de la mano del ángel, y lo comí; y era dulce en mi boca como la miel, pero cuando lo hube comido amargó mi vientre" (Ap. 10:10).

Para Sus escogidos, el pan del cielo es el alimento espiritual de las doctrinas del evangelio y de la Biblia. Ellos se encuentran con el Espíritu de Cristo al comer Su carne y beber Su sangre en la palabra  de la cruz.

"Porque dondequiera que estuviere el cuerpo muerto, allí se juntarán las águilas" (Mt. 24:28). 

Pero muchos otros dicen:  "¿qué es esto?". Porque prefieren la interpretación intelectual de algún teólogo no les es dada la revelación de las Escrituras. Entonces comen el  mensaje híbrido del hombre.
  
El Guardián del evangelio

Verso 34:

"Y Aarón lo puso delante del Testimonio para guardarlo, como Jehová lo mandó a Moisés".

En el Lugar Santísimo del cielo está nuestro Señor Jesucristo, Quien es el Arca del Testimonio de Dios. Delante de El fue presentado el evangelio de nuestra salvación por el apóstol Pedro, el día de Pentecostés, así como Aarón presentó el maná delante del Testimonio. Nuestro Redentor es el Guardián del evangelio porque El es el Testimonio de Dios con la plenitud de Su Divinidad, que resucitó por el Espíritu de Santidad de entre los muertos. 

"Pablo, siervo de Jesucristo, llamado a ser apóstol, apartado para el evangelio de Dios, que El había prometido antes por sus profetas en las Santas Escrituras, acerca de Su Hijo, nuestro Señor Jesucristo, que era del linaje de David según la carne, que fue declarado Hijo de Dios con poder, según el Espíritu de Santidad, por la resurrección de entre los muertos" (Ro. 1:1-4).

Por tanto, vemos que nuestro maná es el poder vivificante del evangelio con el que somos santificados y renovados en Cristo Jesús para nuestra salvación y fortaleza espiritual.  El mensaje que profetizaron nuestros padres, los apóstoles del Nuevo Pacto, solamente puede descender del Arca que está en el cielo. El es Quien lo puede revelar. Para que lleguemos al varón perfecto, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo, deben comer de este maná todos los hijos de Dios tanto pequeños como maduros, que aman la verdad de la salvación.  Esto es porque el verdadero maná es el Logos del Espíritu Eterno. El Logos es Cristo el Espíritu del evangelio. Por esto es que Dios mandó a Moisés que Aarón guardara una medida de maná delante de las tablas de la ley que estaban dentro del Arca en el Lugar Santísimo del Tabernáculo. Estas tablas eran el Testimonio de la Justicia y de la voluntad de Dios, primero para Israel y luego para toda la humanidad. El maná tuvo un lugar preeminente en la Presencia de Dios porque prove salvación a Israel de morir en el desierto y el poder para continuar cada jornada de su peregrinación.

Verso 35:

"Así comieron los hijos de Israel maná cuarenta años, hasta que llegaron a tierra habitada; maná comieron hasta que llegaron a los límites de la tierra de Canaán".

Israel dependió del maná hasta la frontera de Canaán. ¿Qué quiere decir esto ahora? Es que cuando hemos madurado en el entendimiento del evangelio, entonces cada uno tiene que entrar en el Espíritu para hallar a Cristo en la revelación de  Su palabra. El primer lugar que nos es revelado es la región oriental de Cademot (Dt. 2:26). Este lugar en Canaán representa la doctrina de la Gracia, que nos permite alzar los ojos del entendimiento y vemos que podemos obtener todo el conocimiento de la verdad por medio del Espíritu de sabiduría y de revelación (1 Co. 2:9-10). En Cademot nos afirmamos en nuestra libertad (Gál. 5:1) y nos ponemos el escudo de la fe para enfrentar al amorreo, que no es otro que el espíritu nicolaíta de satanás. Este es un espíritu dominante de señorío escondido en los falsos ministros 'evangélicos' que han distorsionado la interpretación de la palabra de Dios, para obstaculizarnos la posesión del verdadero conocimiento espiritual. Pero, 'Dios resiste a los soberbios, y da gracia a los humildes' (1 Pe. 5:5b). La sabiduría del evangelio es la tierra prometida de Canaán. Y los límites de la buena tierra con el desierto son la separación entre la mente de Cristo y la mente del mundo.

El desierto es la vida terrenal con la cual convivimos humanamente. Israel fue figura del Cuerpo de Cristo bajo el liderazgo del Señor Jesucristo. Por El vivimos, nos movemos y somos en el desierto del mundo exterior como gente espiritual, porque estamos en unidad con el evangelio.  Siendo ungidos por el Espíritu Santo, podemos ver cómo surgen en nuestros corazones los límites sagrados de la palabra de Dios sobre el reino pecador. Por tanto, tengamos bien en claro Quién es nuestra vocación y elección. Con el maná de la revelación del evangelio obtenemos toda la armadura de Dios de Efesios 6:10-18, para entrar en posesión de la plenitud de Cristo. El es nuestra herencia prometida que se encuentra en el Espíritu Santo y la buena tierra de las Sagradas Escrituras.

"Vosotros también, poniendo toda diligencia por esto mismo, añadid a vuestra fe virtud; a la virtud, conocimiento; al conocimiento, dominio propio; al dominio propio, paciencia; a la paciencia, piedad; a la piedad, afecto fraternal; al afecto fraternal, amor". 

"Porque si estas cosas están en vosotros, y abundan, no os dejarán estar ociosos ni sin fruto en cuanto al conocimiento de nuestro Señor Jesucristo".

"Pero el que no tiene estas cosas tiene la vista muy corta; es ciego, habiendo olvidado la purificación de sus antiguos pecados. Por lo cual, hermanos, tanto más procurad hacer firme vuestra vocación y elección; porque haciendo estas cosas no caeréis jamás". 

"Porque de esta manera os será otorgada amplia y generosa entrada en el reino eterno de nuestro Señor Jesucristo. Por esto, yo no dejaré de recordaros siempre estas cosas, aunque vosotros las sepáis, y esteis confirmados en la verdad presente" (2 Pe. 1:5-12).

LA JUSTIFICACION

"Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios; los cuales no son engendrados de voluntad de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios" (Jn 1:12-13).

El Espíritu Santo nos visitó un día a cada hijo de Dios. Nos activó la fe para que aceptemos a Jesús y nuestra salvación en El. Allí comenzó nuestra justificación. Luego, el Espíritu hizo guardia sobre nuestra fe. La defendió del mundo pecador y de la mezcla con  la religión del hombre  a través de los años. Posteriormente,  la misericordia del Espíritu Eterno es Quien la revive despertando la conciencia de los escogidos, para volvernos completamente a la Biblia.

"Por lo cual dice:  Despiértate, tú que duermes, Y levántate de los muertos, Y te alumbrará Cristo.  Mirad, pues con diligencia cómo andéis, no como necios sino como sabios, aprovechando bien el tiempo, porque los días son malos. Por tanto, no seáis insensatos, sino entendidos de cuál sea la voluntad del Señor" (Ef. 5:14-17).

Luego de volvernos a las Sagradas Escriuras debemos convertirnos íntegramente al evangelio, para que Jesucristo sea nuestro Señor. Y los que creen en Su Nombre reciben el nuevo nacimiento por el poder del Espíritu Santo. El Padre y el Hijo moran en su alma. Son uno con el Uno y Mismo Yo Soy. Después de llamarnos a ser salvos, Su propósito es  perfeccionarnos en Su palabra y transformarnos a la imagen de Cristo. Jesús consumó la Justicia de Dios. Los que le recibieron aceptando Su sangre y Su sacrificio por el pecado en lugar de ellos tienen justificación, pero tienen que consumar su completa conversión al evangelio. Por eso dice: "...a los que creen en Su Nombre" en Jn. 1:12.  Esto es cuando con arrepentimiento de haber pecado, se unen con el cuerpo muerto de Jesús en el sepulcro, por medio del bautismo en Su Nombre Jesucristo. Cuando creen de todo corazón en Su Nombre es cuando descreen de sí mismos, es decir que ya no se fían de todo esfuerzo y opinión humana para ser justificados por la fe. Dejan de argumentar que ya se bautizaron en los títulos Padre, Hijo y Espíriu Santo del bautismo evangélico trinitario. Renuncian de todo corazón al trinitarismo, porque surge en sus almas la seguridad de que son hijos de Dios y no deben tener mancha ni alguna cosa de qué avergonzarse. Desean la pureza absoluta de lo que están creyendo. Ahora son  libres por Su Nombre de la culpa del pecado y de la condenación de la ira venidera del Señor. 

No hay otro Nombre debajo del cielo para que recibamos la Justicia del Dios de nuestra salvación. Nuevamente os digo, que no debe haber dudas o timidez con respecto a esto tan sagrado en los que no se han bautizado aún o fueron bautizados erróneamente en el bautismo trinitario de los títulos Padre, Hijo y Espíritu Santo. El que no cree a esto, pues allá él, ante Dios responderá. Pero el verdadero creyente debe bautizarse correctamente en el Nombre del Señor Jesucristo.  Y con respecto a los que ya fueron bautizados en Su Nombre, conforme a las Escrituras, reflexionen profundamente cuanto antes en esta Hora del Fin y conviértanse a lo que han recibido. 

"Así que, arrepentíos y convertíos, para que sean borrados vuestros pecados; para que vengan de la presencia del Señor tiempos de refrigerio" (Hch. 3:19).

El no amar esta palabra por el creyente significa  que está creyendo aun en sí mismo o en algo más y no es un guardián de su salvación. La túnica de justificación está manchada por  razonamientos carnales e ideas teológicas de hombres. Por tanto, la vida de Cristo no puede surgir.  La regeneración que tiene en su alma debe crecer y Cristo tiene que ser formado.

"Tenemos también la palabra profética más segura, a la cual hacéis bien en estar atentos como a una antorcha que alumbra en lugar oscuro,..."

 - Y ahora, note esto que sigue: 

"...hasta que el día esclarezca y el lucero de la mañana salga en vuestros corazones" (2 Pe. 1:19).

El creyente que confía en Jesucristo le ama como su Señor. Ahora el Salvador le ha confirmado en Su justificación y está a salvo de la ira venidera. La sangre de Jesús le ha lavado y le ha limpiado de sus pecados por la palabra de Hechos 2:38. Su alma es libre por la fe de Jesucristo y el evangelio de Su muerte y resurrección. Y el propósito del Padre es  "Que seamos hechos conformes a la imagen de Su Hijo" (ver Ro. 8:28-29).

"El que tiene mis mandamientos,  y los guarda, ése es el que me ama; y el que me ama, será amado por mi Padre, y yo le amaré, y me manifestaré a él" (Jn 14:23).

"...porque separados de mí nada podéis hacer" (Jn 15:5b).

"Y nosotros por el Espíritu aguardamos por fe la esperanza de la justicia" (Gál.5:5).

"...y esta fe no de vosotros, pues es don de Dios" (Ef. 2:8).

"Y por cuanto sois hijos, Dios envió a vuestros corazones el Espíritu de Su Hijo, el cual clama: ¡Abba Padre!"  (Gál. 4:6).

El ministerio de justificación del Espíritu Santo es revelarnos la fe de Jesucristo en el evangelio de Su muerte, para glorificarnos en Su resurrección con el nuevo nacimiento.

"Porque en el evangelio la justicia de Dios se revela por fe y para fe, como está escrito: Mas el justo por la fe vivirá" (Ro. 1:17).

"Palabra fiel y digna de ser recibida por todos: que Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores, de los cuales yo soy el primero" (1 Tim. 1:15).

Desde Su Ascensión Jesús nos une con Su sangre por medio del Espíritu Santo y del evangelio para justificarnos.  Y por medio de nosotros anuncia la justificación a Sus hijos cautivos del pecado, así como El lo hizo vivificado en Su espíritu con las almas cautivas de Sus elegidos cuando descendió a las partes más bajas de la tierra y los rescató.

"Y El os dio vida a vosotros, cuando estabais muertos en vuestros delitos y pecados" (Ef. 2:1).

"Por lo cual dice: Subiendo a lo alto, llevó cautiva la cautividad, y dio dones a los hombres" (Ef. 4:8).

LA SANTIFICACION

Lectura de Romanos 6:7-14, 22.


"Porque el que ha muerto, ha sido justificado del pecado". 

"Y si morimos con Cristo, creemos que también viviremos con El";

"sabiendo que Cristo, habiendo resucitado de los muertos, ya no muere; la muerte no se enseñorea más de El".

"Porque en cuanto murió, al pecado murió una vez por todas; mas en cuanto vive, para Dios vive".

"Así también vosotros consideraos muertos al pecado, pero vivos para Dios en Cristo Jesús, Señor nuestro". 

"No reine,  pues, el pecado en vuestro cuerpo mortal, de modo que lo obedezcáis en sus concupiscencias"; 

"ni tampoco presentéis vuestros miembros al pecado como instrumentos de iniquidad, sino presentaos vosotros mismos a Dios como vivos de entre los muertos, y vuestros miembros a Dios como instrumentos de justicia". 

"Porque el pecado no se enseñoreará de vosotros; pues no estáis bajo la ley, sino bajo la Gracia..." 

"Mas ahora que habéis sido libertados del pecado y hechos siervos de Dios, tenéis por vuestro fruto la santificación, y como fin, la vida eterna".

Jesús  nos ha justificado en Su sangre y nos ha santificado en Su muerte. Es decir, que podemos vivir para Dios, estando muertos al pecado. En el bautismo de agua en Su Nombre somos santificados, porque estamos separados y libres del señorío del pecado por el poder de Su muerte. Ahora hay vida nueva y el fruto de esta vida es la santidad del Señor Jesucristo en el creyente justificado (2 Pe. 1:5). Esta obra del Espíritu Santo es permanente y va en aumento hacia la plenitud del varón perfecto en el espíritu. Nos sostiene consagrados, que significa apartados, limpios, guardados sin mancha del mundo en cuerpo y espíritu, sobrios, prudentes, fieles y obedientes a Su voluntad.

Israel vino desde Elim hasta el desierto de Sin (Ex. 16:1). Este lugar representa una parte de la obra santificadora del Espíritu.  Nos concede separarnos de la rebelión carnal y nos da Gracia para que podamos ser dóciles y obedientes a la autoridad del Señor. El Espíritu Santo nos sujeta a las manos del alfarero y nos enseña la sumisión y el temor de Dios. La santificación es el camino angosto del evangelio (Is. 35:8).

La resurrección de Jesús glorifica la obra redentora de Su muerte. Su sangre implanta justificación en el alma y  el creyente es hecho Justicia de Dios en el sacrificio del Cordero que murió por nuestros pecados. Luego, cuando fue apartado de la cruz y sepultado, Jesús consumó la santificación, es decir, el ingreso del justificado en la santidad de Dios. Así es como el Cordero de Dios nos justificó - liberó - del pecado por Su sangre derramada en el madero y nos santificó - consagró - para el Padre en Su muerte. Por el bautismo en Su Nombre somos hechos participantes de la santidad del Señor Jesucristo, para ser bautizados por el Espíritu Santo con el poder de Su resurrección y en la revelación de Su palabra.

Entonces vemos que el Espíritu Santo es la ley que nos hace vivir para Dios en la Justicia y Santidad de Jesucristo. Estos atributos divinos de nuestro Salvador nos han sido dados por la unión con El en Su sangre y en Su muerte, para glorificar nuestras almas en Su resurrección hasta la completa redención de la posesión adquirida por nuestro Señor Jesucristo. El ministerio de la ascensión de Cristo es el único que nos puede revelar el evangelio de nuestra justificación en El a Sus redimidos, santificarnos en Su Nombre y perfeccionarnos con la sabiduría y conocimiento de Su palabra.

La justificación y la santificación del evangelio son las doctrinas básicas del nuevo nacimiento. Constituyen una parte del fundamento, porque  encarnan en el creyente la redención del Señor Jesucristo, para que podamos ser salvos.  Por tanto, la revelación del evangelio es el maná que perfecciona al creyente en el conocimiento del camino, la verdad y la vida eterna en Cristo Jesús.

"Santifícalos en tu verdad; tu palabra es verdad" (Jn 17:17).

"Así que,  amados, puesto que tenemos tales promesas, limpiémonos de toda contaminación de carne y de espíritu, perfeccionando la santidad en el temor de Dios" (2 Co. 7:1).

"Seguid la paz con todos, y la santidad, sin la cual nadie verá al Señor" (He. 12:14).

"Bienaventurados los que lavan sus ropas, para tener derecho al árbol de la vida, y para entrar por las puertas en la ciudad" (Ap. 22:14).

CONCLUSION 

Hay cuatro atributos divinos en el maná de nuestra salvación contenidos en los cuatro libros del evangelio:  Mateo, Marcos, Lucas y Juan. Son la Sabiduría, la Justicia, la Santidad, y la Redención de Jesucristo (1 Cor. 1:30). Como el pan natural que es un alimento básico para el cuerpo, la revelación de Jesucristo en el evangelio es el maná del creyente para sustentar y fortalecer su alma, en la peregrinación por el desierto de la vida terrenal hacia la vida eterna.

El Reino de Dios es el Espíritu Santo en nuestro corazón y el reino de los cielos es la tierra prometida de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios (Ef. 4:13).  Entonces nuestro hombre interior - el varón perfecto de la nueva creación - manifiesta su madurez en la obra del ministerio de la palabra, para la edificación del Cuerpo de Cristo.