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LA OBRA DEL ESPIRITU SANTO



Basado en los siguientes textos bíblicos:

Gn. 12:1-3; 15:4,18; 17:4-14; 18:18; 22:8,18
Ex.  4:22-23; 12:41-51; 13:1-2; 13:13-16

La obra del Espíritu Santo es  revelar las Sagradas Escrituras y transformar al creyente renacido a la imagen de Cristo. Hay muchas interpretaciones de la Biblia hechas por el hombre, que han oscurecido la mente de los cristianos. No pueden discernir  el engaño, que les hace creer que ya tienen el sello del nuevo nacimiento completo y que son el Cuerpo de Cristo. El propósito del diablo es impedirles el verdadero bautismo en Espíritu Santo y fuego que nos hace nacer de nuevo. Pero, los escogidos no se conforman con sensaciones ni logros materiales, ni aun con milagros y maravillas (ver Mt. 24:24).

'...Que con más diligencia atendamos a los cosas que hemos oído, no sea que nos deslicemos' (Heb 2:2-1).  

'...Ocupaos en vuestra salvación con temor y temblor' (Fil. 2:12). 

De acuerdo a Mateo 25:6-7, las diez vírgenes que salieron a reunirse con el Esposo reconocen que tienen que limpiar la lámpara de su espíritu, compuesta por la mente y el corazón. Ellas ven que la parte esencial de su lámpara está sucia de hollín. Esa parte es la mecha del entendimiento de la palabra de Dios. El hollín a quitar es la incredulidad, el orgullo, la justicia propia, la falsa doctrina y las opiniones personales. Todas estas cosas son la obra oscura de la ley del pecado en el cuerpo físico, que endurece el corazón y pone una venda en la mente. El haber recibido a Jesucristo como tu Salvador es la justificación por la fe en Su sangre. Pero debes continuar con la completa conversión al evangelio de la cruz para  ser de Cristo. En esto consiste el Nuevo Pacto de Dios con Sus hijos. 

'Mirad, hermanos, que no haya en ninguno de vosotros corazón malo de incredulidad para apartarse del Dios vivo; antes exhortaos los unos a los otros cada día, entre tanto que se dice: Hoy; para que ninguno de vosotros se endurezca por el engaño del pecado. Porque somos hechos participantes de Cristo, con tal que retengamos firme hasta el fin nuestra confianza del principio' (Heb 3:12-14).

Bajo el ministerio de Moisés, los vínculos del Pacto que Dios hizo con Abraham fueron reclamados por el Señor a los hijos de Israel.  Los vínculos eran la primogenitura y la circuncisión. Por medio de ellos entrarían en un nuevo Pacto basado en la sangre del cordero de la Pascua y serían salvos de Egipto. (Ex. 12:41-51; 13:1-2,13-16). Aquel cordero sacrificado fue figura del Cordero de Dios que fue inmolado en la cruz del Calvario, para ser la Pascua de nuestro nuevo nacimiento.  La fe, el arrepentimiento y el bautismo en el Nombre de Jesucristo, conforme al verdadero evangelio bíblico de Hechos 2:38, son los vínculos que Dios nos ha dado con el Cordero Jesucristo, para nacer de nuevo y recibir la adopción de hijos de Dios  (Jn. 1:12-13). Es maravilloso entender que por medio de la fe, el Padre hizo este Nuevo Pacto entre Su Hijo Unigénito y nosotros Sus hermanos. 

El Viejo Pacto tenía dos vínculos:
 
1) La primogenitura 
2) La circuncisión 
 
En el Nuevo Pacto,  aquellos vínculos representaron la justificación y la santificación de los hijos de Dios. El vínculo de la primogenitura es la justificación por fe en la sangre de Jesús y el arrepentimiento. Luego, el vínculo de la circuncisión del corazón es la santificación por la unión con Jesús en Su muerte y sepultura, al bautizarnos en Su Nombre. La santificación es la unión del alma, el espíritu y el cuerpo con el sacrificio de nuestro Salvador. En esto consiste circuncidar nuestro corazón (Jn. 17:17; Heb. 4:12-13) bajo el Nuevo Pacto.

Ya habiendo sido liberados de la cautividad y esclavitud de los capataces de Faraón (Ex. 13:3) los hijos de Israel tenían que santificarse, porque aun faltaba que se fueran de Egipto bajo la mano fuerte del Señor. Para apartarse de allí tenían que unirse con Su Redentor. La unión con El era comer la Pascua, identificándose con la sangre y el cordero del sacrificio, en Su muerte y resurrección. Hoy el creyente verdadero reconoce, con fe y buena voluntad, el significado de la sangre vertida y el cuerpo de Jesús crucificado. Se arrepiente de sus pecados, se bautiza en el Nombre de Jesucristo para ser perdonado por Dios y participa dignamente de la Santa Cena (Ro. 6:11; 1 Cor. 11:27-30). Su sacrificio nos ha librado de la cautividad y de la esclavitud del pecado, para que entremos en el Reino de Dios.

Moisés les ordenó dos palabras a los israelitas, que los harían aptos para poder comer aquella Pascua:

Primero tenían que traer y consagrar al Señor el primogénito humano y el primogénito del animal, lo que representa hoy el alma-espíritu y el cuerpo que debemos entregar a Dios.

En segundo lugar, los varones debían circuncidarse. Esto fue fue figura del arrepentimiento de pecados y renuncia a sí mismo, por parte del creyente.  A través del primogénito y de la circuncisión, Israel se restauró a los dos vínculos del Pacto que Dios había hecho con el creyente Abraham. Eso los hizo dignos de otro Pacto con Dios revelado a Moisés en la sangre y el sacrificio del cordero, que comieron en la Pascua. Hoy, la obra del Espíritu Santo es revelarnos el evangelio del Nuevo Pacto entre Dios y la persona que cree en la sangre, en la muerte y en la resurrección de Jesucristo. El resultado es la justificación, la santificación y el nuevo nacimiento del alma que entrega su vieja vida a la cruz de Jesús, a cambio de una vida nueva y eterna.  
Antes de irse de Egipto, los hebreos debían renovarse en el Pacto que Dios hizo con sus padres Abraham, Isaac y Jacob. Tenían que justificarse y santificarse, para pactar otra vez con Dios, a través del cordero inmolado. Por esto dice la Escritura

'Porque no quiero, hermanos que ignoréis que nuestros padres todos estuvieron bajo la nube, y todos pasaron el mar; y todos en Moisés fueron bautizados en la nube y en el mar' (1 Cor. 10:1-2). 

El Pacto de la Pascua y el cruce del mar Rojo fue figura de nuestra muerte, sepultura y resurrección con Jesús. Y aquello es hoy el Nuevo Pacto de Dios con Sus escogidos que han nacido de nuevo.

En primer término, los hebreos recibieron un bautismo espiritual en Moisés y en la nube. El bautismo en las aguas del mar Rojo fue posterior a la cena de la Pascua, en Egipto. Esto nos dice que ser bautizados en Moisés fue el ungimiento del Espíritu Santo en la primogenitura, la circuncisión y la Pascua. Cada familia debía traer delante del Señor el primogénito humano y del animal en consagración. Y circuncidarse los varones para ser restaurados a la unidad con Dios que vivieron sus padres, los fundadores de Israel. Allí hubo una fusión profética : Del ministerio de Moisés y el pueblo con el Primogénito Jesucristo. Todo Israel fue así justificado y restaurado a la unidad con el Señor, comiendo la Pascua con El (ver Ro. 12:1-2 y Ap. 3:20).

A continuación de la consagración del primogénito, se circuncidaron para santificarse. Así se restablecieron los vínculos del Señor con Israel. Fueron hechos aptos y dignos  para participar del plan redentor de Dios, aplicando la sangre en las puertas de sus casas y cenando con El aquella noche del 15 del mes de Abib. Los vínculos de la primogenitura y de la circuncisión en los hebreos, pre anunciaron nuestra unión con la sangre y con la muerte de Jesús. El Pacto de la Pascua fue confirmado y glorificado con Su Ley revelada en las alturas del Sinaí, prefigurando la revelación del evangelio y el don del Espíritu Santo enviado el día de Pentecostés (Hch. 2:38), por el ministerio de Jesucristo en el monte Sion (Heb. 12:22). 

El Señor liberó a Israel de su propio pecado y de ser esclavos de Egipto con la circuncisión de sus cuerpos. Esta operación física nos habla de la circuncisión de Cristo a nosotros en Su muerte de cruz, librando nuestras almas del señorío del pecado y de la esclavitud del viejo hombre, para santificarnos.

'El tiempo se ha cumplido, y el reino de Dios se ha acercado; arrepentíos, y creed en el evangelio' (Mr. 1:15).

Para vivir el Nuevo Pacto de Dios en Cristo Jesús, tenemos que nacer de nuevo por medio de la justificación, de la santificación y el bautismo en  el Espíritu Santo y en el fuego de Dios. Este es el verdadero creer en el evangelio de Jesucristo. Digo de Jesucristo, porque el hombre ha hecho otros evangelios que no pueden revelar, ni formar al Hijo de Dios en sus seguidores. El es Quien nos da el poder de ser hechos Hijos de Dios para entrar y andar en Su Reino (ver Jn. 1:12-14). 

'Yo a la verdad os bautizo en agua para arrepentimiento; pero el que viene tras mí, cuyo calzado yo no soy digno de llevar, El os bautizará en Espíritu Santo y fuego' (Mt. 3: 11-12).


LA PUERTA CERRADA


'He aquí, Yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él, y él conmigo' (Ap. 3:20).

El llamamiento de Jesús, en este pasaje bíblico, nos muestra que El está afuera del corazón de los cristianos en esta Edad de Laodicea. No puede entrar allí porque tienen la puerta de su entendimiento cerrado con la estructura religiosa del sistema denominacional. Jesús detesta esa oscuridad espiritual y la justicia propia, pero mira con misericordia a los que están allí encarcelados. La voz de Su Espíritu le habla en su conciencia a alguno que quiera entender. Te muestra cosas que están mal en ese ámbito y en tu vida, porque no tienes revelación de la palabra de Dios.
 

Pero eres tú quien tiene que abrir tu mente, contaminada y alienada con la religiosidad humana. Jesús te está inspirando con Su voz para que tengas suficiente fe, voluntad y determinación para limpiar tu razonamiento. Debes dejar esos barrotes babilónicos para que entre Jesús con Su sabiduría  y puedas recibir la revelación de Su palabra. 

Así como Moisés ayudó a Israel para ser libre de la cautividad y de la esclavitud egipcia, ahora Jesús también está desatando el entendimiento y liberando a Sus escogidos de la cárcel de la religión organizada. Allí se oculta el Faraón del nicolaísmo, el señorío del ego carnal (el pecado) oculto en el liderazgo religioso. Es el espíritu nicolaíta dominante del diablo en cada institución evangélica, sujetando a la gente. El elegido no debe ayudar a reformar esa estructura caída. Eso no requiere una reforma, sino una transformación total, pero ellos no lo harán. Por eso, a ti escogido de Dios te digo en el Señor:  

'El Esposo está aquí, salgan a reunirse con El' (Mt. 25:6). 

'Salid de en medio de ellos, y apartaos, dice el Señor, y no toquéis lo inmundo; y yo os recibiré, y seré para vosotros por Padre, y vosotros me seréis hijas e hijas, dice el Señor Todopoderoso' (2 Cor. 6:17-18).  

¿Que hará El...? Te revelará el verdadero evangelio de la justificación, de la santificación y del nuevo nacimiento. Los hijos de Dios tenemos el evangelio del Nuevo Pacto en Jesucristo. El Primogénito de toda creación y de la familia de Dios es nuestra primogenitura, nuestra circuncisión y nuestra Pascua. ¡¡ Solo Su Nombre debe ser alabado !!

Los creyentes son justificados si creen que Su sacrificio en la cruz es para salvarnos del pecado, de las tinieblas, de toda maldición y condenación, y con fe en Su sangre, se vuelven arrepentidos de
 sus pecados a Dios. El quiere fe en  la obra redentora del Primogénito, de parte del alma que reconoce que solamente puede ser salvo en Jesucristo y se une al evangelio. El evangelio de nuestra salvación es la primoGENitura de Cristo. Es el gen que embaraza y regenera tu alma y te conduce al alumbramiento de Cristo, el completo nuevo nacimiento (1 Pe. 1:23). La reunión de tu persona, de todo corazón con Su palabra de fe es el primogénito que nuestro Padre te manda entregarle. Tú eres ese primogénito a consagrar. A continuación, la convicción del arrepentimiento te lleva al bautismo de agua en el Nombre de Jesucristo, porque debes ser perdonado de tus pecados. Allí comienza tu santificación y reconciliación con Dios, porque te has unido completamente con Su muerte. 

TRES ETAPAS

El nuevo nacimiento del Espíritu Santo es un bautismo o baño especial de preparación en Cristo. Tiene tres etapas para darle vestiduras de salvación al creyente. En primer lugar, el Espíritu le bautiza en la sangre de Jesús para su justificación y le da espíritu de arrepentimiento (Hch. 11:18). En segundo lugar, le bautiza por inmersión en agua en el Nombre de Jesucristo, uniéndolo con Su muerte y sepultura para su santificación (Hch. 2:38; Ro. 6: 3-4).  En tercer lugar, el creyente es bautizado por el Espíritu Santo en el Cuerpo de Cristo (Ro. 8:9; 1 Cor. 12:13; Col. 1: 13-16). 

El nuevo nacimiento ha sido consumado y el creyente es uno con la resurrección del Señor, en completa reconciliación con Dios y eterna salvación. A diferencia de las dos primeras etapas del baño del Espíritu (en la sangre y muerte de Jesús) que limpian al creyente del pecado original y de los atributos del pecado que son las obras de la carne, respectivamente, la tercera etapa es el baño en Cristo, con un continuo proceso de limpieza en su espíritu por la revelación de Su palabra, para guardarlo santo y sin mancha como Su Esposa irreprensible para la Venida del Señor (Ef. 5:25-27).

Nuestro Señor nos lidera, conduce y fortalece con Su ministerio de ascensión de Ef. 4: 11-12. Es el servicio de los verdaderos ministros del Cuerpo de Cristo. Ellos le están anunciando al mundo la justificación y la reconciliación con Dios por medio de Jesucristo, para que quienes se convierten a El sean bautizados en Su resurrección, por el Espíritu Santo (1 Cor. 1:30).

'El cual (Jesucristo) asimismo nos hizo ministros competentes de un nuevo pacto, no de la letra, sino del Espíritu; porque la letra mata, mas el Espíritu vivifica. Y si el ministerio de muerte grabado con letras en piedra fue con gloria, tanto que los hijos de Israel no pudieron fijar la vista en el rostro de Moisés a causa de la gloria de su rostro, la cual había de perecer, ¿cómo no será más bien con gloria el ministerio del Espíritu? (2 Cor. 3:6-8).

'Y todo esto proviene de Dios, quien nos reconcilió consigo mismo por medio de Cristo, y nos dio el ministerio de la reconciliación; que Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo, no tomándoles en cuenta a los hombres sus pecados, y nos encargó a nosotros la palabra de la reconciliación. Así que somos embajadores de Cristo, como si Dios rogase por medio de nosotros; os rogamos en nombre de Cristo: Reconciliaos con Dios. Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en El' (2 Cor. 5:18-21). 

Este ministerio de justificación y de reconciliación, en 2 Corintios cap. 3:8-9 y cap. 5:18, es la obra del Espíritu Santo en el alma de quien ha creído en Jesucristo, para que sea participante del Nuevo Pacto en Su sangre. Si el Padre nos ha reconciliado por medio de la muerte de Su Hijo, también Sus redimidos debemos reconciliarnos con El separándonos del pecado y naciendo de nuevo. Amado hermano que lees, ¿cómo debe responder un verdadero creyente? Tú tienes justificación por la fe en Su sangre, pero debes reconciliarte con Dios. Tienes que arrepentirte de tus pecados y bautizarte en aguas en el Nombre de Jesucristo para ser perdonado de ellos. Este no es el bautismo trinitario denominacional. Si ya has obedecido el bautismo bíblico en Su Nombre Jesucristo, ahora revisa bien tu arrepentimiento de pecados y asume tu reconciliación con el Señor. Arregla tu lámpara. 

'Todo aquel que es nacido de Dios, no practica el pecado, porque la simiente de Dios permanece en él; y no puede pecar, porque es nacido de Dios' (1 Jn. 3:9). La circuncisión de Cristo es la santificación de todo el ser. Los vínculos del Espíritu Santo unifican al  creyente con la sangre, con la muerte y con la resurrección de nuestro Señor y Salvador, porque ha consagrado el primogénito de su corazón al evangelio  del Nuevo Pacto.

'Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros en el Nombre de Jesucristo para perdón de los pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo' (Hch. 2:38).

'Así que, arrepentíos y convertíos, para que sean borrados vuestros pecados; para que vengan de la presencia del Señor tiempos de refrigerio, y él envíe a Jesucristo que os fue antes anunciado' (Hch. 5:19).

'Y nosotros somos testigos suyos de estas cosas, y también el Espíritu Santo, el cual ha dado Dios a los que le obedecen' (Hch. 5:32).

CONCLUSION

'Y les dijo:  Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura. El que creyere y fuere bautizado, será salvo; mas el que no creyere será condenado' (Mr. 16:15).

La primogenitura, la circuncisión y la Pascua fueron el Antiguo Pacto de Dios con Israel, que los condujo al monte Horeb del Sinaí. Los vínculos espirituales hoy son vivificados por el ministerio del Espíritu, en los creyentes que están crucificados juntamente con Cristo. Este mensaje es para perfeccionar tu entendimiento del Nuevo Pacto, el cual consiste en tu justificación, en tu santificación y en tu nuevo nacimiento. La obra del Espíritu Santo es perfeccionar tu entendimiento con la revelación del evangelio, porque es el poder que nos transforma en hijos de Dios a la imagen de Cristo (Jn. 1: 12-14 y Ro. 1: 16).  

'He aquí vienen días, dice el Señor, en que estableceré con la casa de Israel y la casa de Judá un nuevo pacto; no como el pacto que hice con sus padres el día que los tomé de la mano para sacarlos de la tierra de Egipto; porque ellos no permanecieron en mi pacto, y yo me desentendí de ellos, dice el Señor. Por lo cual, este es el pacto que haré con la casa de Israel después de aquellos días, dice el Señor: Pondré mis leyes en la mente de ellos, y sobre su corazón las escribiré; y seré a ellos por Dios, y ellos me serán a mí por pueblo; y ninguno enseñará a su prójimo, ni ninguno a su hermano, diciendo: Conoce al Señor; porque todos me conocerán, desde el menor hasta el mayor de ellos. Porque seré propicio a sus injusticias, y nunca más me acordaré de sus pecados y de sus iniquidades' (Heb. 8:8-12). 

'Y a vosotros también, que erais en otro tiempo extraños y enemigos en vuestra mente, haciendo malas obras, ahora os ha reconciliado en su cuerpo de carne, por medio de la muerte, para presentaros santos y sin mancha e irreprensibles delante de El; si en verdad permanecéis fundados y firmes en la fe, y sin moveros de la esperanza del evangelio que habéis oído, el cual se predica en toda la creación que está debajo del cielo; del cual yo Pablo fui hecho ministro' (Col. 1:21-23). 

El Espíritu Santo nos revela la Justicia de Cristo. Esa revelación es la fe que justifica al creyente (Ro. 3:25 y 5:1). Cuando un justificado comprende Su gran amor sacrificial para salvar nuestras almas del poder del pecado, toma conciencia de que debe reconciliarse con Dios, por haber causado el dolor y la muerte de Jesús con sus injusticias y rebeliones. Si lo reconoces de todo corazón y en arrepentimiento te bautizas en el Nombre de Jesucristo, es entonces cuando te santificas y te reconcilias con Dios. Esto es estar en paz con El, porque Su paz entró en tu corazón. (Ro. 5:1-2).  

'La sangre de Jesucristo Su Hijo nos limpia de todo pecado' (1 Jn. 1:7).

'Y el mismo Dios de paz os santifique por completo; y todo vuestro ser, espíritu, alma y cuerpo, sea guardado irreprensible para la venida de nuestro Señor Jesucristo. Fiel es el que os llama, el cual también lo hará' (1 Tes. 5:23-24).